Poco a poco las voces se iban cayendo como lastre estéril conforme subía a la cima de la montaña, y en la ladera se dormían. Porque fui a la montaña y subí la montaña un día caliente de mis desgracias. Al rato de ascender quedaban pocas voces dentro, las justas y las amadas. Me sentí menos pesado, casi libre. De esta manera pude al fin comprender los mensajes que necesitaba, y me tranquilicé. No subí a la cima, me detuve cuando lo supe; las heridas cicatrizaron y bajé de nuevo a enfrentarme con las cosas y las gentes que nada bueno tienen que decir si no es con rabia y con desesperación, porque les falta el silencio. Les falta la fe. Luego me acurruqué y estuve un rato conmigo mismo. Tenía hambre de muchos tipos, un hambre que nadie enseña, que nunca se menciona, pero que erosiona el valor de una persona e impide acceder a no pocos tesoros. En la roca caliente del sol tuve una larga conversación conmigo mismo justo después del paseo. El día terminaba. Iba a perder claro. La claridad
Bienvenido. Aquí encontraras apuntes, bocetos e impresiones de una mente atropellada, y son fruto del momento en que fueron expresados. No hay verdades esenciales excepto las del instante concreto: por eso las mantengo. No te enfades si te hieren o parecen injustas pues seguramente lo sean de alguna manera. Aquí se quedan como hijos frustrados. Intenta disfrutar, el objetivo es que algunas palabras y frases te entretengan. Entra.