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EL RIO DE LA CIUDAD

En el principio era el río, y más que el río, un hilo aparente de agua que refrescaba tímido la tierra alrededor. Una tierra entre seca y frondosa, contradicción que no impidió a las gentes asentarse y crecer a su frescor débil como de murmullo enfermo. Este hilo que mueve discretamente la historia y su sequedad es fruto de los corazones tibios, tristes y desolados que gimen en un radio considerable desde el curso bajo del afluente discreto hasta su muerte no lejana: Manzanares es un río donde lo más grande es el nombre, precisamente; el nombre y lo que ha conseguido atraer en edificios e importancia, como si su autosuficiencia fuera tal que cada gota que vuela por su cauce tuviera la fuerza de mil gotas de otros ríos. Y cada noche las brumas invernales barren las alegrías y desgracias de los días interminables con promesas de prosperidad y recuerdos de esférica persistencia, quimeras al fin tan perezosas como insalubres. No hay ejemplo mejor de incongruencia que dotar a este débil bos...