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DE PRINCIPIO A FIN

En la infancia están todos presentes, los primeros y más persistentes seres del entorno; voces y caras y olores personales y un mundo nostálgico y grande y legendario. Tantas horas de juego...
En la adolescencia caen algunos, pero la mente no asocian acciones y reacciones y pasan los días entre confusión y nuevas presencias. Tantas horas gritando...
En la juventud caen algunos y lo lamentas con cierto desdén, es demasiado pronto y tu mente se mueve alimentada por una corriente tormentosa de sangre que hace hervir tus ansias de vivir. Tantas horas desperdiciadas...
En la madurez faltan demasiados, pero los días se esfuman entre afanes y trabajos y a cada paso del camino vas cerrando puertas hasta que sólo queda un recuerdo estanco en tu pensamiento de cada voz, cada palabra, cada silencio. Tantas horas enjaulado...
Y debes aceptar que caminas solo, que vas perdiendo a cada segundo y lo que fue un día muchedumbre son ahora voces del pasado. Y llamas a la nostalgia con más frecuencia cada vez. Y ves lo que has perdido con la edad. Y comienzas a lamentar las monedas que despreciaste y las sonrisas que no supiste valorar, y esto supone lágrimas interiores, torrentes, mares.
Comienzas a llamar a nadie y todos responden calladamente.
Cada año nuevos golpes y vacío orillandote.
Si llegas a la vejez poco o nada queda de los que empezaron contigo, o te acompañaron un trecho de la travesía. Deseas no extrañar más a los seres queridos, borrar las historias que te hicieron feliz quizá al recordarlas años después, y así se apagan las últimas luces y vuelves con todos a la tierra. Tantas horas de penumbra...
Existen instantes en los que sueñas con reunirlos a todos y hablar, hablar, hablar y contar todo para que no queden preguntas en el aire, y hay días en que quisieras ser el primero en abandonar la barca por no ver siluetas sin contorno.
Sí, tantas horas como muertos en mi memoria...

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