LAS BELLAS MÁSCARAS

Aquí, quien más y quien menos, tiene algo de su cuerpo que no le gusta; hay quien dice, incluso, que no está de acuerdo con lo que sea que la naturaleza y los genes hayan tenido a bien otorgarle -unas manos feas, un trasero caído, un pecho hundido o descomunal o una nariz larga- en sus juegos genéticos. Y todos andan a la gresca para tener pelo, trasero, lo que sea que les haga parecer esos muñecones de feria que tanto pululan en las televisiones. Ellas, ya sabes ellas, que si el pecho o los labios o la napia o qué se yo. Talegada al canto y al cirujano estético -¿O era estétrico?- que la vida son dos días, y medio al menos estamos en derribo.

Bueno.

Lo que habría que hacer con esas bellezas de traca y bisturí es tirarlas al río, porque hijo/a mío/a donde no hay no se puede sacar, y los navajazos al peso únicamente descubren al fantoche que hay dentro. Patetismo. A la vejez viruelas y a la fealdad ingenio, payasos. Estudia, destaca, pelea por tu cuerpo sea el que sea y lo que ha de venir vendrá. Si el dinero te sobra para meterte a mejorar tu cara de sapo, destínalo a los que no tienen ni cara que mirar. Olvídate de crearte un mito rancio con el cambio de aspecto y cambia tu mente, estudia, aprende, destaca, crece, crece como persona.

La belleza se da al nacer y no hay más, el resto somos feos y punto. A veces me sorprenden los fantoches de mirada prepotente con su desdén de modelo de piscina de pueblo, y lo normal es reírse de semejante narcicismo y dar carpetazo; esta gente suele acabar de psiquiátrico y sin frenos, que menudas historias viven con su corporación dermoestética. Es más fácil leer, la verdad.

Que gente guapa, guapa de verdad son pocos, y la mitad de ellos no tardan en destrozar su cuerpos y almas con retoques descoyuntantes. Nuestra pinta es la que es, disfrútala, haz que la recuerden, tonto.