Ir al contenido principal

EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

Cuentan las crónicas bíblicas que en un momento dado de la Creación, Dios instauró las tinieblas junto con todo los demás. En principio acabó ahí la cosa y se echó a descansar el Buen Dios, pues vió que todo era bueno y, por lo visto, quedó bastante satisfecho de su obra inmensa.
Pero hete aquí que pasaron los años, los siglos y los milenios y el Buen Dios decidió, allá por mediados del siglo XIX, que las tinieblas no eran suficientes y escogió a un barbudo para ennegrecer las tinieblas. Le creó medio tarado y sobre todo profundamente negativo, rencoroso, hipócrita y, en definitiva, malo hasta el tuétano; este desgraciado, instrumento divino, se llamaba Carlos Marx, y como todos los alucinados tuvo adeptos y vino una segunda oscuridad a nublar los corazones de los hombres.
Pasaron unos años y el pensamiento marxista, adaptándose como un gurripato lleno de fiebre iracunda hacia sus semejantes, llenó de cadáveres su historia, que así se escribe realmente. Crímenes, dolor, falsedad y nuevas formas de esclavitud inútil, basado todo ello en una especie de religión del odio. Y Dios estaba así, así, porque no le convencía la nueva oscuridad.
Y ¿Qué hizo el buen Dios? Decidió que para perfeccionar la tiniebla lo mejor era llevar a nuestro país España la semilla de don Carlos el maestro del odio, y valiendose de otro agusanado ambicioso apellidado Iglesias creó la tiniebla casi perfecta, llamada Partido Socialista Obrero Español, cosa o engendro que llenó el siglo XX español de mentiras, robos, desastres y desvergüenza jamás soñada por la putrefacta derechona, envidiosa y acomplejada ante la organización más cínica y de menos valor real jamás olisqueada. Y se volvió al Holoceno. Porque no amaban a nadie, usaban rastreramente a los pobres para limpiar su sed de mal, rapiñaban hasta hartarse casi de cualquier bolsillo y jamás arreglaron nada, ni el problema más simple, antes bien lo contrario: intrincaban hasta el hastío lo que sus sucias zarpas tocaban, fruto de la educación deficiente (por incapacidad propia, no por el sistema) y un pensamiento basado en el odio insano y las drogas adulteradas.
Ay, el Buen Dios no quedó satisfecho, porque a fines de siglo decidió lobotomizar completamente a sus queridos socialistas españoles y creó la mejor escudería de pánfilos posible dentro de su infinita capacidad. Hasta ese instante, el partido y sus satélites parasitarios tenían cierta picardía, zorruna astucia y una formidable propaganda para impresionar a espíritus débiles y simples, que no concebían que tras tantos vericuetos se escondía la mayor estafa jamás perpetrada por el ser humano; no muy limpia, pero cabalmente original y eficaz en grado superlativo, amén de opíparo banquete de latrocinio.
Esta escuela de zoquetes creada por Dios es la generación de socialistas que nos gobierna, queridos amigos: Aúnan la incapacidad total para gestionar casi cualquier tema con un desconocimiento profundo de la realidad, además de una falta de escrúpulos que haría palidecer al mismísimo Stalin o Mao. Nos odian a todos y pronto no quedarán ni telarañas en las arcas públicas o privadas. Llevan las manos llenas de sangre y no te creas que les preocupa, no. Ni eso ni nada, qué demonios, si las cuentas les salen perfectas a los pequeños napoleones.
Y así disfrutamos de Zapatero, Blanco, Zerolo, Pajín, Alonso, De la Vega, Moratinos, Caldera, Alvarez, Cabrera, Clos, Sevilla, Salgado, Calvo, Narbona y Trujillo y la hornada completa de desgraciados que, sin preparación, sin habilidad, sin carisma, sin tener ni puta idea ni posibilidad de comprender el mecanismo de un chupete copan puestos de responsabilidad, responsabilidad que se pasan por el arco de Trajano y también de Adriano; y demuestran cada día como superar el límite de idiocia conocido como umbral del Mentecato Perfecto. Primeros espadas ellos y ellas, medalla de honor.
Bueno, pues Dios, con esta panda de empanados sacados de una extraña mutación de Gran Hermano político, ha decidido que más tiniebla no, que la opacidad ha llegado al grado máximo, y duerme hasta el Juicio Final. ¿Y nosotros, Señor? ¿No dormiremos más?.
Pero el Pobre no puede dormir a oscuras, ya que tiene la negritud betunera aquí, a plazo fijo, y no son precisamente los de las pateras. El horror, el horror...

Comentarios