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GÓLGOTA INFINITO

Y se han pasado la Semana mirando al cielo, odiando la lluvia, los mismos que miran las imágenes con gesto compungido, lágrimas derramadas, traje de cofradía, tan trabajado. Diríase que esta semana de muerte y resurrección nos trae viejos recuerdos de fervor, de piedad, algo olvidado en la noche de los tiempos, ecos del pasado, una fe que languidece. Ha llovido a mares mientras el Señor era crucificado de nuevo y se han hinchado a llorar y rezar para que no lloviese más.
Y sigue lloviendo en esta tierra desgraciada que no ha podido mostrar su fe a Dios.
¿Y qué hay del resto del año, amantísimos hijos de Dios? ¿La fe dura una semana o bien es el teatro lo que nos mueve? Si ha llovido el fervor se escurre en la alcantarilla, porque cada día son otras cosas las que vemos y hacemos. Mañana lunes volverán las infamias, la vida corriente en la que no cabe ser fiel, sino un estado catastrófico de egoísmo sin nombre y sin fin. Hay políticos importantes que no se pierden una misa los domingos, y nadie diría cabalmente que escuchan el sermón si no es para hacer exactamente lo contrario, pues se trata de la razón de estado que no sabe de bondades, sino de balances. Hay economistas de bota ancha, devorados por las comilonas donde deciden arruinar la vida a las personas entre carnes de buen gusto y copas desbordadas, hay maridos infieles de mano fácil y sonrisas encantadoras, hay borrachos que a cada trago desbordan su propia fe; en suma hologramas y poses de santidad que a nada llevan, normas que nadie cumple, ni siquiera los sacerdotes indignos que comulgan con rosquillas, ellos hijos de una fe oculta, tan callados, tan amantes de Dios que lo borran desde dentro.
¡Y qué si todos procesamos la creencia y nadie la practica! Veo a los niños vestidos de marca para la misa y a los padres pavoneando su hipocresía, veo gobernantes aupados con el voto de los creyentes de papel, católicos de qué, de qué... Yo mismo como una máscara indignada sin mover un músculo por la fe inquebrantable.
Pero miran al cielo los que mañana tienen cita para abortar, los que machacan a lo que son más débiles, los que comen hasta la naúsea, los que miran con desprecio a los desfavorecidos, los que tiran el dinero en caprichos vanos, los que ven normal esta sociedad pútrida que sustenta la mascarada de mirar al cielo con fervor para que puedan salir las imágenes y borrar así un año de infamia y de propósitos sinceros de empeorar a partir de la siguientes semana, y entonces ¿quién tiene más sangre, los Cristos sufrientes o los fieles epidérmicos?¿A quienes le supuran las heridas con saña?¿Quién no crucifica al Hijo de Dios cada día?.
Al final, está Jesús del siglo XXI el un nuevo Gólgota junto a los cadáveres de los inocentes y los salivazos de los fieles congregados en torno a una figura, y de esa cruz surge un Gólgota infinito, vacío de vida y de expresión.
Una cruz en el monte deshabitado.
Al fondo, a lo lejos, sacan a pasear las figuras que no significan nada, quizá unas cañas al final de la jornada y unas palmaditas para los fieles abnegados, héroes de la cristiandad, garantes de la pureza, maestros de cofradías huecas, reyes de las palmadas en el pechos, emperadores de la liturgia.
Precisamente por eso llueve, cristianos de boca ancha.

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