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NUESTRAS PROPIAS MENTIRAS

Una de las claves sociales de nuestro tiempo, la primordial diría yo, es la mentira; antaño pecado mal visto, falta imperdonable, defecto estigmatizador del individuo, hoy día es el pan moderno de las relaciones sociales. No se trata de mentir bien o mal, simplemente mentimos a cada ocasión dada para ello, y en el siglo XXI la ocasión es continua. Veamos: el pasado siglo, del que realmente no hemos salido aún, se caracterizó por la deformación universal de la realidad; piénsese en todas las atrocidades que decían unos países de otros, unos políticos de otros, unas facciones de otras. Naturalmente, nadie las creía, excepto los pobres de siempre, pero esos son otro cantar. Con todo, la mentira de antaño tenía un regusto hogareño, simpático, y su propia deformación resultaba entrañable. Hoy no sabría uno dónde está la verdad de cada cosa debido a un sinfín de informaciones contradictorias que recibimos segundo a segundo si no fuera porque tenemos un chip que no informa de dónde está la veracidad, o al menos nos da la pista. Tómese por ejemplo a unos amigos charlando en un bar al calor de la cerveza. En cualquier momento uno de los reunidos soltará una mentira, algo tonto, intrascendente, un pecadillo. Ése el el disparo de salida para que el resto suelte su trola sin reparo. Imagínate:
-Ayer leí que el Vaticano esconde armas de destrucción masiva, vaya con los curitas...
-Eso ya se sabía desde la guerra civil: Está demostrado que los párrocos de Zamora repartieron metralletas a los falangistas y los formaron en su uso.
-¿En serio? Oye, y ¿habeís visto que Zutano y Eleuteria están saliendo a escondidas? Y la mujer ni se entera...
-Eso me lo dijo él mismo, piensa divorciarse...
-Tengo entendido que él pega a su mujer, por eso se han separado...
Y así hasta el infinito. Lo curioso es que todos saben que están mintiendo y todos aceptan el reto, y lo sorprendente es que normalmente no tiene ninguna consecuencia. Mañana verá a Zutano y habrán olvidado la bola que autocrearon el día anterior, y no miraran mal al maltratador. Un poco como en los programas rosáceos, donde se acusan de todo y no pasa nada: es un bucle retroalimentado. Ni siquiera el televidente más enganchado cree realmente que lo que le están contando es cierto o falso, y además le da igual; sólo gusta de emocionarse al pensar que podría ser verdad.
Estas son la mentiras de situación. Se trata de trucos mentales y sociales de entretenimiento, algo que alegra el día. Si por ejemplo una anécdota no es lo suficientemente jugosa para nuestro interlocutor, añadimos algo de nuestra cosecha para que la historia pase a desternillante. El y tú sabeís que esa parte es una invención espectacular, pero reís igual por lo divertido que hubiera sido de suceder así. Te suena ¿Eh?. Todos mentimos sobre nuestra situación económica ¿quién no ha oído o dicho alguna vez: yo no necesito pagar por eso? Sí lo necesitas, sí, si tu media es la que presumes. Pero es más chulo aparentar un especie de triunfo continuo a pesar de que nuestro aspecto diga a voz en grito la realidad. Todos nos lo hemos pasado de miedo en las vacaciones, todos sufrimos de la envidia de nuestros semejantes, no tenemos la culpa de nuestra situación, etc, etc...
Y después tenemos las mentiras vitales, que son las que mejor han evolucionado hasta formar un género maravilloso hoy día. Se trata de una situación de apuro tal, que aunque te pesquen con todo el equipo, el cerebro encuentra la manera de urdir una patraña que permita el beneficio de la duda. Y no solo eso, sino que mantendrá la mentira hasta que se caiga la boca. Mira los políticos corruptos a los que han pillado de lleno, jamás agacharán la cabeza y llorarán confesando, dirán cualquier cosa, más o menos hilvanada, y sobre ella edificarán su defensa numantina, donde la derrota es imposible. Yo, desde luego, he practicado este tipo de mentira desde mi infancia, y reconozco que, excepto en casos contados, he tenido siempre claro que me aferro a la trola como a la vida, con uñas y dientes. Es el viejo lema que dice: Si me pillan estoy perdido. Pues eso. Además, se da el fenómeno siguiente: Cuanto más te aferras a la mentira en cuestión, más te la crees, y llega un momento en que no sabes qué ha pasado realmente ni tú mismo, el autor de la fechoría. Porque para convencer a los demás tienes que engañarte a tí mismo, y eso lo sabe hacer cualquiera. Cualquiera. Estamos en la edad de oro de la trola, en el Barroco florido.
Fíjate y verás, porque la mentira tiene sus propias entonaciones, sus claves suaves para discernir dónde está la verdad y dónde el embuste.
¿Por qué cuento esto? Pues porque es curioso que la mentira sea la reina de una sociedad donde finalmente todo se sabe, y casi en tiempo real. Piensa, por ejemplo, en el 11 de marzo.
Piensa.

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