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NINFA DORADA

Porque vas por la vida despertando miradas, ninfa dorada, la vanidad te consume. Recoges sedal de los ojos sucios y después los desprecias, riendo serena los deseos y adulaciones tendidos en tu mundo de hojalata. Una especie de transición te precede, la anatomía perfecta al servicio de regalos y ademanes de gata satisfecha, tan despacio mueves tus músculos, tan leve esfuerzo.
Y el suelo se ilumina con tu presencia, la luz del mundo en la piel; vas y vienes y absuelves a esos pobres seres opacos que se afanan de vez en cuando lejos, en la realidad. Caen monedas para tu cuenta corriente, dinero para los artificios; pero no haces nada por ganar, no hay esfuerzo y la recompensa es parecer un jarrón inútil, breve fuego de encargo, joven victoria y aire.
Demasiado rápido para tu compresión, ninfa. Apenas vislumbras tus errores cuando se derrumba sobre tí el castillo de impotencia, y pasa el tiempo de comprender y deviene en olvido tu reinado.
Eras pues hermosa y grande, pero sucede que tras la piel esculpida de tu templo fallecen en espantosa progresión las suaves venas que debieran dar sentido al envoltorio. Muchos saben que no hay peor compañía que un mal dulce envuelto en gloria.
Eres tú, eres tú esa máscara que la lluvia va horadando despacio, muy despacio. Eres tú.

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