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BORRADO SÚBITO

El martes se encontró con la sorpresa: su hermoso piso, que tanto había costado poseer, ya no era suyo. Su marido y sus hijos eran de otra y tenían un apellido extraño y lloraron confundidos cuando intentó hacerles comprender que un par de horas antes contituían su hogar y su familia. Después de unos cuantos gritos y súplicas, fue expulsada a empujones y malos modos por el recién amnésico marido, y salió a la calle aturdida y nerviosa. Atardecía temprano y el tiempo señalaba la inminente lluvia. Pero no sabía dónde ir.
Al pensar en su caso, se le ocurrió que, después de todo, no era tan malo haber borrado su huella doméstica, y empezar una nueva vida sin ataduras ni tristezas era excitante, así que lanzó un beso fugaz a sus hijos en el aire, derramó unas postreras lágrimas y se encaminó calle abajo cada vez más risueña y liviana. Al cabo de ciertos pasos empezó a borrarse su silueta aún joven y no quedó otra cosa en la acera que una sombra sin identidad, que se desvaneció en cuanto la luz de las farolas se encendieron.
Y su paso por la vida lo borró la lluvia, persistente y fina como el llanto de la sombra sin dueño.

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