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EL ABISMO

Cuando hubo cerrado la puerta de su humilde vivenda dejó de sudar. Se sentó inclinado en una silla frágil y quedó en suspenso. Tras años de intuición volátil ya tenía la certeza a su fracaso y miedo: No sabía vivir; y las reglas que conducen a una persona al triunfo o fracaso eran un enigma para su pobre mente.
El abismo abierto a sus pies crecía sin detenerse. Restaba esperar al olvido y una muerte discreta, sin ruido, porque nadie despide a los fracasados.
Las aceras de las calles ardían bajo el sol de agosto.

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