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HASTA LUEGO

La mañana del martes, Andrés se lavó y vistió con la tranquilidad y precisión acostumbrada. Después desayunó con su mujer, Eva, y besándola con suavidad, se despidió:
-Hasta luego...
Parece ser que tuvo un mal tropiezo en el Metro, de camino al trabajo. Las cámaras de seguridad recogieron la imagen borrosa de Andrés Morán en un pasillo y después unas siluetas aún más difusas un instante después, cuatro o cinco sombras inquietas. Fue recogido agonizante y murió por heridas de arma blanca camino del hospital. Eran las ocho de la mañana. El día transcurrió con normalidad para el resto de la ciudad: Atascos, frenesí, rostros aburridos por doquier, pulso de las personas un día sin huella.
Vino la noche y amaneció el miércoles, lluvioso y triste, y con esa tristeza enterraron al Andrés Morán, varón de 37 años, sin hijos, muerto con violencia una mañana de marzo, mientras el corazón oprimido de sus seres queridos latía con violencia.
Su mujer, Eva, guardó las últimas palabras conocidas de Andrés, y cada noche, antes de dormir agitada, susurraba amorosa su oración del ausente:
-Hasta luego...
Y con esa rutina las lágrimas resbalaban libres de su mejilla a la almohada, cada noche antes de dormir.

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