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LA CRISÁLIDA

En cierta mañana de un abril incierto, hacia las nueve, el vecino más circunspecto y formal del edificio abrió la pesada puerta de su pisó y gritó a pulmón suelto:
-¡Ahora, instálese la locura y el caos en mi vida!
Y cerró dando un portazo. A las once salió un hombre de expresión nueva, como un reverso luminoso de sí mismo.
Con aquél golpe de timón anunciado a voz en grito, consiguió vivir feliz hasta su último día sobre la tierra, siempre libre y consciente. Sus vecinos le temieron y evitaron siempre, lo que no afectó a nuestro héroe en la autoestima ni rompió su hechizo personal.

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