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EL MAGO SIN CHISTERA

No era una persona simpática, pero era fiel a su manera extraña; no era fácil de trato, pero era el mejor en su oficio. Si uno se pregunta cual era su estilo, su impronta, su sello, es difícil rescatarlo de sus historias. Yo pienso que todo se reduce a una cuestión de rostros poderosos y un grupo de profesionales prodigiosos porque si no, ¿qué demonios puede tener el tipo éste del parche para impresionar a su público?.
De los actuales, únicamente Spielberg tiene cierto parecido, y también hay ecos del maestro en Eastwood. Los demás son otra cosa. Repetía personajes sin ruborizarse, los mismos película tras película, los rostros y las características, y sacaba lo mejor hasta de los actores mediocres. John Ford era sin duda un muro opaco que no daba claves porque todo está en sus películas, tan grandes que no caben en la cabeza y suelen alojarse en el corazón, allá donde los borrachos son simpáticos, pecadores sin maldad, y la camaradería se entiende a partir de la fidelidad y de lazos gruesos como cabos de barco. Al ver las películas del gran director uno siente el deseo irrefrenable de marcharse a Monument Valley o adonde sea que la pandilla esté para formar parte de ella a golpe y a sarcasmos nobles, si es que existe algo así, pero la realidad es diferente: Se trataba de profesionales cobijados en un paraguas total llamado Ford, inteligente y culto que se preocupaba de ocultar todo lo aprendido y aplicado; y que del párpado hacia fuera todo lo suyo era mentira y máscara. ¡Qué tranquila es la mirada de John Ford, y qué elegante!. Aún hoy lamento profundamente que a este hombre le cortasen el grifo por la edad, cuando era posible quizá crear unas cuantas maravillas más (malditos seguros) si los estudios no fueran tan absurdos y cobardes.
Ninguno importante de la compañia estable está sobre el polvo del desierto, y es seguro que en la otra vida no formen pandilla, lo que no quita que uno, ingenuo, pueda creer y desear que en nuestro mundo se pueda pasar por la noche del alma acompañado por pendencieros sentenciosos y divertidos que recorren miles de kilómetros por pura amistad, y que entre gritos y romances y whisky y puñetazos la lealtad signifique algo más que una palabra en la boca.
Eran unos tíos estupendos. Eran unas películas estupendas, sencillas y complicadas.
Y no hay color, no señor.
Señor John Ford.

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