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EL MANSO

De súbito, volvió la tranquilidad, una quietud abrumadora, después de todo.
-Me río del miedo ¿Me oyes?-dijo, entre tembloroso y acobardado-, me río yo, óyeme
Se sentó en el oscuro pasillo, como roto y deslabazado; caía un hilo de saliva de su boca crispada. Inclinó la cabeza hacia la izquierda y comenzó a murmurar cada vez más rápido:
-Culpa, culpa, culpa, culpa, culpa, culpa, culpa...
Y la saliva huía de su boca espantada. En el rellano empezó a haber movimiento, era seguro que ya estaba sentenciado. A lo tonto se vió a sí mismo en la infancia, cuando merodeaba en la huerta, y sintió gran vergüenza de haber acabado así, tan violento y desgraciado. En la huerta sonriendo. Si pudiera volver allí y sonreir, sabiendo porqué, nada hubiera ocurrido. Tarde, claro; Enrojeció.
Un ruido en la puerta y luego un estruendo y pasos y la sombra en el principio del pasillo y el recuerdo de la huerta en su niñez. Gritaron algo cerca y luego le voltearon.
Se sorprendió de la cantidad de sangre que chorreaba de su mano.

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