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LETRAS SUCIAS

Desde que descubrieron el poder de la repetición mental, los progresistas insisten y determinan qué es cultura y qué no lo es. Normalmente cultura es todo aquello que proviene en mayor o menor medida de sus arcas, sus filas, sus cachorros. Es evidente que no puede decirse que no han existido intelectuales de izquierda con altura, pero sí es fácil saber que tal altura no siempre es justificada. El siglo XX está trufado de plúmbeos ejemplos que moverían a risa si no fuera porque constituyen, tales nombres, una nómina extensa de referencias para justificar una altura cerebral inexistente; pero resulta que los derechones se han acobardado y sufren, hincando las rodillas ante los nombres que restriegan las vocerías de turno. Y todo por parecen justos y, horrible palabra, democráticos. No es democracia lo que tenemos frente a nosotros, señores: es abuso moral.
En primer lugar conviene insistir en que la orientación política o vital del intelectual de turno no guarda ninguna relación con su talento. Es incuestionable ya decir que Kafka es un nombre fundamental para la literatura, pero García Lorca no; es un pequeño escritor local, con cierta gracia y nada más. Suerte tuvo su obra de que el autor de marras acabase fusilado, no por tal obra, sino por su filiación política.
Es curioso que los escritores bendecidos por la progresía resulten ser, en amplio número, poetas. La poesía es ese género que pocos leen y muchos citan. Además, desde la liberación de la métrica, haya gloria para cualquiera, basta con cortar la frase donde sea y que suene grandilocuente. ¿El resultado de todo esto? Poetas a manta, políticos ocultos. Así Alberti, un fraude que nunca debió ver la luz, o Neruda, Miguel Hernández. Y los cercanos y espantajos Benet, Umbral, el plastazo humano Saramago, insoportable propuesta de Darío Fo, tanta ruina encuadernada y ¡Premiada!...
Mientras esto ocurre por obra y gracia de testaferros siniestros de la Kultura (con K de Komintern, por muy arcaico que resulte), los buenos, los preparados y los dotados por la naturaleza duermen el sueño privado de intereses ajenos a la inmortalidad. Así Unamuno y tantos otros extraños a causas ajenas al pensamiento creador.
Estamos en una época, demasiado larga ya, en la que nombres mediocres y escasos de luz verdadera ven publicitada su innegable mediocridad, y va siendo hora ya de desperezarse y soltar lastres inútiles que llenan librerías de pequeños dioses deformes.
En resumidas cuentas, dejar de dorar la píldora a los inútiles propagandistas y decir abiertamente que Azaña era un enano mental, por ejemplo, sin cultura propiamente dicha sino, como es habitual en las gentes de este pelaje, un revestimiento de frases hechas y lugares comunes que denotan, a cualquiera que escarbe un poquito, cerebros perezosos y ambiciones desestructuradas. Unos zotes, vamos.
Basta de homenajes a los perros de raza bastarda, recuperemos a los grandes para gozo y deleite de la mente. Para eso es suficiente abrir los libros sin mirar a que lado de la política miran, o miraban los creadores.
Y solo entonces brillará la luz y seremos, por fin, receptores de arte y mentes naturales, educadas, libres, nunca saciadas.
Seres hambrientos de nuestros mejores representantes.

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