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LOS SEÑORES DEL HOMBRE

Una sombra se desliza por el asfalto, húmedo de la mañana. Unos pasos y las sombras bailan, tanta quietud; siempre hay algún motor encendido velando, recordando lo que la luz del día lleva. Aún ahora la perfección huye, pues no es buena cosa destacar en soledad.
Nitidez de la madrugada. Hay gritos distantes, los últimos o los primeros, qué mas da. Aquí es viable reconocer las evidencias que nos empeñamos en negar en nuestras horas cumbre, el hombre amargo y mercante, las palabras infames, rácanas bocanadas de común sosiego. Si sales de trabajar a esta hora el mundo es una gran deshonra, deshora, desdichado siervo. ¿Tienes para una tele? Vive, pues, las ondas de luz, estas en nuestros siglo; si despiertas agonizas frente a tazas humeantes de buen café, o lo que sea.
Cuida el planeta, es lo último que verás y olerás. Cuida asimismo tus ojos, no verán lo que tienes frente a tí creciendo sin medida ni piedad. Es la certeza de que están haciendo de tí una marioneta, carne y producción para desparramar tu sudor por horas de pétrea diversión y aires de riqueza que no están sino en tu imaginación. Levanta y cobra, arrastrate fieramente sin sabor por el nido de serpientes.
Crece la sombra incluso de madrugada, cuando los sueños espesan y nacen ideas fértiles que no amanecerán.
Mientras, mira la tele, hay concurso, tanta sonrisa...

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