Escupió.
-¡Qué asco de río!- dijo con desprecio. Román aspiró de su cigarrillo.
-Se va a hacer tarde...
-¿Y dónde quieres ir, con tanta prisa?¿Te espera alguien?
-No-Susurró el otro-, pero me gustaría ir a casa, casi es de noche y tengo hambre. Vámonos
-Bueno, termina tu cigarrillo, hombre, no seas pesado
-Mara me espera
Román volvió a escupir.
-Pues no se para qué...
No respondió, limitandose a ajustarse el abrigo. Hacía largo rato que no se veía un alma y los coches pasaban con menos frecuencia. Aún así, Pedro terminó el cigarrillo y no se levantó; quedaron los dos mirando al vacío sin hablar por unos minutos, y parecían absorver los sonidos de alrededor. Noches así esquivan la rutina de las cosas, y lo cotidiano se hace distante y frío como la escarcha nocturna de la ribera del río. Finalmente, Pedro habló.
-Vámonos, es tarde ya- dijo, después de un bostezo. Román asintió y se incorporaron, saliendo a la calle a través de la arena del parque con las manos en los bolsillo y la cabeza baja.
El día siguiente se hacia sentir en sus pensamientos, y sería duro y sin gloria, tanto dinero por minuto, cada mes, cada día, cada hora hasta el cierre.
-¿Sabes? A mi no me espera nadie en casa- dijo Román con tono neutro, como leyendo-. Nadie
Pedro le miró un instante pensativo, pero no detuvo el paso.
-Ya sabes el porqué, así que aguanta y calla
En la intersección de dos calles se pararon y se golpearon el hombro uno a otro, nada había que decir, excepto buenas noches. Pedro siguió calle arriba y el otro se perdió entre las calles viejas y estrechas, iluminadas parcialmente por farolas de luz amarillenta, tenue. Esa parte vieja de la ciudad es muy hermosa en la noche, si lo piensa uno cabalmente.
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