Ir al contenido principal

UN RECUERDO

Sinceramente, el ejercicio del recuerdo es algo aborrecible, una pérdida de tiempo y también de identidad. Somos lo que recordamos, y recordamos lo que una vez vimos o vivimos y tambíen conocimos sin ser más que comparsas y sombras, espectadores sin rostro, vamos; esta última acepción es la que aterra, pues suele aparejar una serie de mecanismos, digamos, generales y comunes a muchas personas, algunas de las cuales son aborrecibles.
Una vez aclarado este término, mis lectores casi inexistentes podrán comprobar, sin hilos ni trucos de ningún tipo, cómo me pongo a recordar con nostalgia y admiración un hecho general del que no participé, pero si admiro desde lo recóndito de mi mente.
Viendo el curioso y algo engreído Diario de la Noche de Telemadrid, noticiario que me gusta y repele a la vez, encontré leyendo titulares de prensa a un viejo conocido que influyó en mi primera mocedad y crecimiento desordenado: Allí estaba el señor Ramón Pi, mi legendario director del Ya, nombre mil veces visto en la portada del diario que mejor he digerido y disfrutado en mi vida, y el único que alguna vez he leído de principio a fin. Obligado faro referente para un pobre diablo como yo, que por cosas como ésta estudié periodismo.
Ramón Pi, cuyo nombre me remitía, en confusión mental adolescente a otro insigne Pi: Filemón Pi Piripí, pero que obviamente nada ha de relacionarlos excepto este mi cerebro calcinado, Ramón Pí, cuyo valor desconozco pero sospecho grande por dirigir ese pedazo de diario largamente llorado y ávidamente devorado. Fundado, creo recordar, en 1933 por el cardenal Herrera Oria, su maquetación y tipografía superaba con creces a cualquier otro, como el plúmbeo El País o el inane Diario 16. Sus redactores me parecían a mi, pobre enfermo ávido de luz, gente sobria de sentido del humor soterrado y de hondo calado para amenizar así las noticias de cada día, un prodigio de imaginación y talento que sospecho yo nadie parece echar de menos, lo cual es sorprendente y demuestra que la gente, así en general, es más tonta que un cactus, ya que seguramente fueron los mismos idiotas que eligieron el horrible VHS en vez del dinámico Beta por esa misma década.
En fin, que entonces, hace veinte años y más, leía yo el diario Ya, adorándolo y soñando un día formar parte de su plantilla cuando el rotativo legendario sucumbió, para mi desencanto y sorpresa, en pocos meses después de un episodio final lamentable e injusto. Tras corta agonía que me sorprendió brutalmente, cerró y cayó en el olvido más espantoso, exactamente igual a mi interés por la profesión periodística, refugio al fin de oficinistas con ínfulas, ignorantes y absolutamente estúpidos.
Y leía yo el diario Ya, reservándolo para el final de mis lecturas, después del ABC, que consideraba inferior en todo a mi querido periódico. Y mientras grababa en mi cabeza el nombre de Ramón Pi, director de uno de los placeres más grandes de mi vida. Pudiera ser que la aparición de El Mundo supusiera el final de mi diario, pero eso a mí me es indiferente, porque el otro día, viendo un telediario, me dí cuenta otra vez de que soy un lector de prensa sin diario que le represente, un rescoldo cultural y, al fin, una isla. Y El Mundo no llena ni de lejos el vacío de mi memoria y la pérdida de identidad periodística.
Pero yo no cambio el Ya por nada, era y será por siempre mi periódico, el mejor escrito, presentado y perfecto de los que he leído nunca, y su desaparición deja huérfanos a mis pabellones de pensamiento que se ocupan de conocer la actualidad.
Y eso no se lo perdono a esta sociedad injusta y demediada. Una sociedad enferma y desquiciada, un rumor insensato. Larga vida al descanso del intelecto.

Comentarios