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EL VERANO PRIMERO

Ella apoya suavemente la cabeza en la toalla y deja que el sol poderoso de agosto acaricie su piel. A su lado un muchacho llena el pensamiento de emociones sin nombre y se acurruca mientras de soslayo se maravilla con miradas breves.
Tiene el pelo rubio y brilla; sorprende el color dorado del cuerpo tan joven y formado, con el esplendor femenino ya mostrado, por eso el chico se asusta y ella sonríe.
-¿Cuando te vas?
-Mañana temprano, a las seis. Mi padre vuelve al trabajo
-Dentro de tres días volveré yo
-¿Me llamarás?
El mira hacia el mar y respira, buscando aire no inquieto. Piensa en los labios de la chica, no puede evitarlo. Lo demás le da igual.
-Te llamaré, claro...
Y no tiene más palabras, y ella calla. No se atreven a romper el ansia del anhelo, tan grande como la tierra, y más perfecto. Tanta imaginación, tan limpia que diríase que el amor puede ser así, puro y fresco. Delante como la orilla se extiende ante los dos la vida vacía casi, esperando que cada uno de ellos rellene sus propias huellas.
Ella levanta la mano y le acaricia, llenando el alma del chico a través de su mano en la mejilla, y él se sonroja encantado. No es de extrañar, pues la chica es preciosa y buena, tanto que el padre lleva dieciocho años velando por ella y sufriendo como un perro sin que la niña lo note, encogiendo sus expectativas y ambiciones en beneficio de su hija.
Y este hombre bueno siente explotar su corazón cada vez que la mira o piensa en ella y no hay día para el padre sin un cuidado para su tesoro hecho mujer .
Y de momento buena, aunque el padre entristezca al saber que pronto será de otro, plenamente.

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