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HISTORIAS QUE ME CONTARON

A mí me han gustado siempre las historias, especialmente aquellas en las que el sujeto principal pasaba mil y una dificultades hasta el desenlace. Perdido, perseguido, viajando oculto, con hambre, sed, frío, calor, lo que sea, soledad. La soledad del objetivo, eso es. El espectador, o lector, pasa penalidades sin cuento junto con el objeto de su interés. Bebes agua cuando la sed abrasa al héroe, paras a comer porque resulta insoportable ya resistir la penalidad del otro; cosas así hacen de la historia una aventura perfecta de la mente, una vida extra alejada de todo.
Un placer muy grande, que deja en la cara una sonrisa secreta de casi alegría, casi felicidad. Es en esos momentos donde uno se da cuenta de que la vida, como tal, merece vivirse, sentirse, cambiar.
Quizá algún día, como esos héroes entretenedores de nuestro ocio, seamos capaces de desandar el camino y, tras pasar calvario de insolente sufrimiento con determinación, volvamos a lo que una vez oímos que debíamos ser y hacer con nuestro talento y virtudes, que nadie tiene escasas.
Y dejar de soñar despiertos para pasar noches a la intemperie a la espera del capítulo final, que como es sabido, explicará lo acontecido en un marco de plenitud, y todo quedará aclarado.
Lo que sucede es que hay demasiados malos en esta historia nuestra. Y suelen ganar, los muy ignorantes.

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