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MAS MUERTE Y SILENCIO ASESINO

He visto la cara de la bestia directriz. Bien vestido, sonrisa de superioridad y tranquilidad absoluta. ¿Por qué? Pues porque le da igual y sabe. Sabe que aquí paz y después gloria. Si existe una ley asesina, no puede comprender, ni yo tampoco, la razón de ser señalado al ir más allá, pues en el fondo demuestra mayor coherencia que todos aquellos hijos de puta que matan con la ley debajo del brazo y tratando con dignidad el objeto de sus crímenes. Es como si Hitler derramase una lágrima por cada gaseado y ordenase su entierro con todos los honores, lo que viene a significar que encima de trastornado, imbécil. El dedo va dirigido a los 2000 o 4000 euritos de fianza para los otros bastardos, cuyo botín de carnicero es, evidentemente, mucho mayor; a las madres rastreras y desgraciadas, sucias perras miserables que se acercaban a destrozar lo único decente que su putrefacción podía crear. A los agentes de sanidad involucrados en la red de excrecencia asesina y cobarde en grado máximo, a los que hablan del derecho a decidir en base a excusas sin cuento para justificar la muerte violenta y profesional.
Todos ellos tienen en la cara esa expresión de tranquilidad que proporciona la más perfeccionada miseria moral, inmundicia con carne y ojos que pagan sus apetitos salvajes con sangre y desolación, billetes negros, días muertos, inútiles existencias, dolor callado para los otros, para los otros.
Y así podemos seguir señalando en cualquier dirección y acertaremos. Si, señor, todos somos culpables de vivir callados y encerrados mientras una parte de esta sociedad escombro que nos alumbra hace lo que sus cojones u ovarios les dictan, la misma parte que alumbró el nazismo, el estalinismo, la infame república democrática, la vergüenza estadounidense en el mundo o las tropelías del señor Putin. En verdad no apetece llorar, sino olvidar. La tierra deshumanizada que pretendemos es la clara evidencia de que hay un cáncer tremendo en nuestra calle, una fisura por la que se cuelan Sodoma y Gomorra amplificadas y ayudadas por una ciencia desquiciada que no admite la muerte, esa misma muerte que deseo para las alimañas de las que hablo, para las almas muertas que jalean el derecho al aborto, a la eutanasia, a la eugenesia, a la degración en cualquiera de sus formas enfermas.
Hoy mismo ha muerto un guardia civil en Francia, y el impacto y la respuesta de repulsa han sido inmediatos. Los gilipollas inmensos de esa parte de la sociedad catalana macabra y despreciable han salido a la calle a pedir que se arreglen los trenes y la independencia con las banderitas y hay miles de manifestaciones contra el sida, pequeñeces comparado con esta masacre no publicitada que llena de gritos el cielo.
Pero hay voces que apenas son escuchadas porque han sido trituradas en un hermoso trabajo en equipo, precisamente en Cataluña.
¿Qué tal la conciencia, sociedad avanzada? ¿Nos tomamos unos vinos?¿Matamos a uno niños antes de cenar? Pagan bien, pagan muy bien a los sicarios siniestros.
Espero que Dios acoja con doble amor y paz a los débiles cuerpecitos aún calientes en mi memoria, y espero que nos caiga encima una penitencia brutal a todos, por no saber extirpar del mundo a bestias malignas de mirada tranquila que se pasean por la calle y creen merecer la vida, lo mismo que niegan por el puto dinero, ese dinero que justifica todo, pobres de nosotros, siglo XXI, un mundo feliz y gordo de ansiedad satisfecha.
Somos agua estancada, un inmenso desierto avergonzado, tan civilizado como culpable. Una plaga debe acabar con esta generación infértil y vanal y asesina en grado sumo. Holocausto ya para detener la parodia humana. Dios sabrá lo que ha hecho creandonos y dejando la maldad impresa en nuestras manos, las manos brutales instrumento de dolor y vacío, hartas del mal; cadáveres para desagüar y manifestaciones en las calles para dormir calientes y contentos.
Contentos, no felices.

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