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TANTA VIOLENCIA

El mundo y la sociedad que lo nutre viven alarmados. Tenemos la ola de violencia encima y crece la inseguridad, y la gente se pregunta si es capaz de poder llevar una vida tranquila y sin lesiones, aparentemente.
Sobre este punto conviene tener en cuenta diversas matizaciones, pues diríase que estemos recibiendo palizas en cuanto pisamos la calle. En primer lugar habría que conocer cuanta gente de nuestro entorno ha sufrido o sufre episodios violentos en su propia carne, a lo que debo decir que en mi caso es cero. Luego hay que saber la tendencia actual del periodismo, especialmente audiovisual (del cual nos nutrimos la mayoría), de magnificar cualquier hecho violento que pueda estremecer al desprevenido receptor. Sólo así se explica que el miedo a sufrir una agresión sea casi respirable en las calles, algo que seguramente aprovechan los raterillos de siempre, creandose para sus fechorías una carcasa extra de salvaje destructor que les facilita la labor, pues una víctima con miedo es más sencilla de manejar. Otra cosa distinta es el porqué del miedo como herramienta de información, de dónde viene, quién lo promovió y alentó y en qué beneficia a nuestra sociedad saber y temer desgracias sin fin, pero...
Nos quedamos con el dato de que las informaciones nos son lanzadas con alarmismo, y ahora seguimos desmontando un poco la carpa del miedo.
Sólo en España superamos los 44 millones de almas y su extensión, aunque es un país mediano, bastaría para comprender que cada día hay violencia en varios sitios, pero la proporción respecto al volumen que abarca es casi ridícula, ya que equivaldría a afirmar que el país vive una hecatombe porque en Zaragoza se inundan las calles.
No hay que ser muy listo para darse cuenta que hay días en que la noticia violenta (doméstica, deportiva, marital, terrorista o de cualquier otra índole) que nos suministran procede del extranjero, con lo que nos están alimentando el miedo con un porcentaje más ridículo todavía, y aún así funciona muy bien, no hay más que plantear el asunto en cualquier reunión y los rostros se nublarán y todos estarán de acuerdo en que es problema de primer orden, así que hay que imaginar esta sensación en otra época, digamos la Edad Media. Eso es una época violenta de verdad, y no nuestro parque temático siglo XXI.
Asesinatos y agresiones forman parte del código genético del hombre igual que calzarse o comer. Malas personas las hay y las habrá, pero siempre en un porcentaje más o menos fijo respecto a la población total. A ver si vamos a pensar que De Juana es lo nunca visto, pues como asesino, y como persona, es simplemente un mediocre y una aberración de la naturaleza como tantas otras ha habido y habrá, como hay aire. Un inútil más, dañino y estúpido que morirá y vendrá otro asesino algo mejor o peor.Y así todos nuestro fantasmas del terror.
Lo que si hay que pensar, y de verdad, es que todo esto viene dado por otra razón nunca iluminada en los sesudos análisis del terror en las calles y las casas. Esta razón es la educación.
Pues lo que caracteriza a nuestra época es la falta de educación, que lleva del brazo el miedo, la ignorancia, la prepotencia, el divismo, la inmoralidad y la falta de respeto a todo lo que no sea uno mismo y sus allegados (y a veces ni eso).
No es lo mismo que un hombre guste de apalizar a su mujer en privado a que lo haga en público y la gente pase de largo o, simplemente mire el espectáculo.
El problema es, pues, que la pegue en público y cobre entrada; eso justamente es lo que ocurre hoy: se cobra entrada por un rato de gloria en la tele, con las gentes mirando y teniendo tema de conversación para los días venideros.
Y el más audaz no ayuda a la mujer y se acurruca temeroso, como hemos visto tantas veces.
Esa es la verdadera violencia de nuestro tiempo, y no otra.

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