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REMOTO

Arriba en la montaña, existe una pequeña aldea. Sus habitantes, pequeños y correosos, evitan comunicarse, incluso entre sí. Pasan los días entres trabajos de dureza extrema, encogidos como aplastados por el frío y la intemperie, y cada gesto tiene una función.
A veces encienden un televisor destartalado y abren sus duros ojos tratando de comprender lo que les ofrece la programación, todos reunidos en una sala de aspecto arcaico, bebiendo vino y esperando quietos a que las imágenes lleguen a su entendimiento, diez o doce personas resguardadas de la nieve y el frío de octubre, callados y arrugados.
Los jóvenes escasos que han nacido allí arden hasta que finalmente abandonan la aldea, pero los que permanecen en donde nacieron no se han arrepentido jamás, porque cada segundo tiene sentido, y carecen de ambiciones, excepto comer bien y un jergón caliente y seco, por la noche.
Así la vida en la aldea remota.

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