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EMPEZANDO LA MAÑANA

Ha sido noche oscura y fría, de tensa espera; húmeda, inquieta noche de tantas horas, de vueltas sobre el lecho protector de la intemperie, de meditaciones sin perfil, crecer y nada más.
Primero se levanta una bruma espesa y caliente y después la oscuridad se dulcifica. Hay sombras definidas que muestran la verdad del paisaje. Leve se abre camino una luz suave, tímida, hilos de resplandor, y nace el tiempo: ruidos de la mañana, voces aún esbozos, agua que corre abajo en los ríos.
-Ya viene, ya está...- suspira uno, se vierten lágrimas y risas. Un murmullo.
Entonces explota la luz como una bomba inmensa, un haz que agarra todo y lo dota de formas, de volumen, de sentido; comienza la mañana, tan pequeña como un guijarro aún, tan ardiente como las lágrimas y las risas.
Se olvida la noche, la fragancia del alba reclama su reinado, grande y sin fisuras.
Por Dios santo que lo tendrá, grande y sin fisuras; una luz nueva, blanca, perpetua, tan hermosa como las aguas del río, allá abajo.
Y la luz echa a correr con ansiedad.

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