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VACÍO

Hay un hedor nauseabundo que vive en el ambiente y no se acaba. Hay una persistencia de la podredumbre creciendo siempre cerca de nosotros, y nos preguntamos a quién reclamar, de dónde la pestilencia.
Pues es bien sencillo: Es nuestra, de nosotros mismos; no se trata de pensar que Dios está muerto y olvidado, o que Alá o Yavé o las chifladuras varias de las sectas antiguas y nuevas han caído, es que bajo el manto de honestidad y las palabras que nos adornan existe lo que podría llamarse el miserable esencial, que es aquél que se recubre de una pátina moral pero que en el fondo vive dominado por apetitos y deseos irrefrenables. Los demás, realmente, no importan, no cuentan.
Es el tiempo del Yo supremo como rey de la creación, la individualidad que siempre se escondía pero que quedaba en segundo plano ante la honestidad de muchos.
Hoy éstos se retiran a un lugar sin nombre, y vivimos pensando que el sueldo de fin de mes o la cuenta corriente es lo importante, sea como sea, la consigna es: Mejor yo que él.
Por eso nos sorprende la llegada de la muerte y el dolor, pues hay cosas que no cambian, a pesar de todo...

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