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UNA ORACIÓN INFAME

-A mi padre se lo llevó el cáncer. El cáncer...
Repite la letanía el hombre sentado (todo hueso y pellejo) en la acera, piernas de muñeco en postura imposible. Mira el vacío, y de vez en cuando alza los ojos nublados como esperando los transeúntes adecuados, y mira sin sed de respuesta, mira y repite su frase con voz cansada mientras el día pasa y el vaso recibe monedas pequeñas como puñales.
-El cáncer se llevó a mi padre, si señor, el cáncer fue responsable. Él se fue, se fue, se fue... mi padre... mi padre, ¿no le importa?¿no me atiende, señora? Les digo que fue cáncer, eso es...
Hay gente bien, mal vestida, altos, bajos, jóvenes y no, pero nadie repara en el mendigo tirado en la acera, apenas apoyado en la pared del edificio. Menea la cabeza y es imposible que salga de su ensimismamiento, no parece preocuparle nada más, no bebe, no come, no sonríe, no fuma. A veces acaricia sus harapos mientras farfulla para sí. Y luego vuelta a empezar, con voz inteligible y tono audible:
-Así sucede, señores, mi padre marchó por el cáncer, maldita bestia. Mi madre, pobre, también se va a marchar por el cáncer. Qué haré, qué puedo hacer sino llorar, dígame usted... Me la arranca el cáncer, qué haré solo...qué haré solo... qué puedo hacer... cáncer, cáncer, cáncer... a todos nos llama el mal... me deja solo y sin padres, el mal....ya te veré aquí, señor, ya te derrumbarás, señora... te está llamando el cáncer. Mi pobre padre, tan bueno, cayó víctima de esa bestia feroz... no tengo a nadie, a nadie excepto el recuerdo de mi buen padre, mi dulce madre, las caricias, los besos, todo se lo llevó el cáncer... mi trabajo también
Está loco, sin duda.