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SERVICIOS PÚBLICOS, VICIOS PRIVADOS

La caradura que define a los del vídeo de la sanidad pública me hace pensar que es imposible librarse de las rémoras ancestrales. Es un ganglio negro que engulle sin parar recursos, impuestos, dinero en suma que más de uno de éstos benefactores sociales cree fruto de algún árbol ignoto, una especie de máquina fabulosa al servicio de los improductivos perennes.
La teoría es preciosa: si la sanidad es pública por entero, el dinero que se destina a ella es todo, y revierte íntegro a los ciudadanos; por el contrario, si la gestión es privada una parte se pierde en la empresa que gestiona los recursos, y su beneficio es nuestra pérdida.
La realidad, cruda y fea, es clara como agua fresca. Los hombres y mujeres lapa de las administraciones creen que no sospechamos que, para ellos, lo público es lo privado, de tal manera que los euros que llegan se reparten entre unos cuantos caraduras, y lo que sobra para gestionar los centros. Y sobra poco. Y encima, cuando quieren comprar maquinaria o medicamentos o lo que sea, convocan concursos donde los vendedores que más regalen bajo cuerda serán los afortunados que harán un poco de caja, aún restando el pizzo. Y así la cosa pública se hace privada, y los muy pillos hacen huelga y pancartas con las sábanas de los hospitales públicos, los rotuladores de los centros públicos, los ordenadores de la administración pública y sus hogares viven opíparamente gracias al dinero pública, en un fenómeno conocido en ciertos ambientes como Tutti Free.
Y encima los miserables gestores privados tienen la desfachatez de exigir resultados a los trabajadores. Que trabajen, vamos, y que lo hagan con eficiencia. Lo nunca visto.
¿Cómo no vamos a comprender su indignación, si la vida son dos días y uno lo pasamos durmiendo?