Ir al contenido principal

CAMINAR DESPACIO, LEJOS

Sale de casa y empieza a caminar. No sabe dónde. No quiere saberlo. Sólo camina sin destino. Gira al final de la avenida y se pierde entre las gentes de la ciudad. A veces le saludan y sonríe o no, depende. La acera devuelve el eco de los zapatos, limpios y cuidados. El sol friega los suelos. 
Las horas pasan mientras anda de aquí para allá pensando en sus cosas y hay quien afirma que solamente escribe mentalmente su próxima obra, o se tortura angustiado. Curiosamente no se golpea con nadie, aunque no parece mirar al frente para guiarse, ¿para qué, si no tiene objeto su paseo?.
Va bien vestido y limpio y nunca cambia de ritmo, apenas suda bajo su sombrero, y eso que el sol empieza a golpear suavemente. El ceño fruncido, la expresión neutra, la boca plana. En la gran plaza que atraviesa hay turistas atentos y buscavidas de turistas. Policías aburridos y parejas contentas. Suena una sirena pero no le perturba lo más mínimo, no suena por él. Un perro le olisquea rutinario. 
Y así pasa horas caminando y encerrado a la vez en sí mismo y en sus cosas, y cuando el mediodía se atasca entra en el restaurante de siempre, saluda, y elige su menú.
Come en silencio, caliente y ágil por el ejercicio y la introspección. Habla con los habituales y se da cuenta de la curiosidad que despierta en todos ellos la rutina del paseo, pero no va a decirles la razón de la costumbre. Es demasiado tarde para explicar que es un viejo cansado haciendo ejercicio, y nada más, que únicamente busca algo que hacer con sus horas, que se pregunta sin cesar: y ahora qué, y ahora qué...
-La costumbre...-dice sin mucha convicción.
Paga la cuenta, se termina café, sale del local y echa a caminar.
Pronto llegará el cansancio.