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NUESTROS MUERTOS TODOS

El ejemplo de Colombia con la votación de ayer me produce alegría y tristeza. Alegría al saber que no siempre se manipula con facilidad a la sociedad y, a veces, ésta responde con una seriedad digna de mejor suerte. Tristeza por todos los voceros que hablan de paz como si no existiera otra posibilidad que la paz indigna, la claudicación ante el matón para que deje de golpear con sus miserias; lo que ha pasado en España con la ETA, para entendernos.
Lo que se pretende es la paz de los cementerios, enterrar los cadáveres de los inocentes y elevar a categoría de luchadores a una panda de asesinos y traficantes que han hecho de la violencia y la agresión instrumento de la ideología. La ideología sin argumentos pacíficos es crimen, es mafia, es injusta y es hija del capricho. Las normas de convivencia elemental -y aquí no hablo de las leyes particulares de cada país sino de la LEY verdadera, la que establece la justicia a través de los siglos mas allá de cada época-- son para todos y un perro asesino tiene que pagar necesariamente sus culpas, por respeto y por pudor a quien fue violentado sin motivo; no es apetecible semejante paz cuyo nombre real es chantaje. A las FARC y a la ETA y a todos los que no pueden convencer sin violencia a los demás debería siempre llegarles un mensaje claro y sincero: ¿Quieren la paz, señores? ¿quieren realmente la paz? Entonces entréguense a la justicia, dejen las armas y vayan pasando uno a uno por el estrado ayudando a esclarecer todos y cada uno de los crímenes de su responsabilidad, con pelos y señales; después reciban el merecido castigo a sus acciones y, pidiendo perdón a las víctimas, entren a cumplir condena ordenadamente. Destruyan las armas, las drogas y devuelvan el dinero, renieguen públicamente de su pasado y contribuyan a reparar el inmenso daño causado por su ceguera y su estupidez insana. Esta es la paz. Seremos generosos pero justos si ustedes, escoria, son sinceros en su arrepentimiento, no se preocupen.
La gente de Colombia ha hablado, y espero que su mensaje quede claro a dirigentes sin ética ni sentido del deber, pero... al final del camino está el acuerdo inevitable ante los violentos perturbados que, cobardes hasta el final, sueñan con un holocausto final.
Hay muertos a los que arrebataron sus horas y sus días, sucesos que no olvidaremos, lágrimas inútilmente derramadas y un buen montón de buena gente -gente que juega limpio- apisonada en nombre de cualquier salvaje armado cuyas ideas intenta imponer a sangre y fuego. Esos cementerios, esas cunetas sí que representan la memoria histórica. Los disparos y bombas que no se olvidarán por más que se empeñen políticos y jueces y periodistas y sacerdotes y esbirros del mal.
Por los caídos la paz debería ser dura e inflexible; todo los demás es impostura, infamia, injusticia, derrota cruel e innecesaria. Nuestros muertos todos, los que dieron la vida ante hombres y mujeres salvajes, brutales, asquerosos. No me digan que también tuvieron muertos: ¿Quién encendió la mecha?.