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LA CAJA ABIERTA

En esta sociedad atomizada, devenida en organización de sensaciones casi epiteliales, alcanzada por la acción intuitiva y a golpe de capricho, falta muy poco para el desplome inequívoco, total; desde que, roto el sistema y abandonada cualquier lógica organizativa inteligente, el ser social optó por cuestionar la vigencia y validez del sistema y fue arrojado a las brumas de la reacción negativa y sin objetivos para vertebrar un mundo incapaz de reconocer sus propias, lógicas normas organizativas, nuestro mundo camina entre sombras siniestras raramente transitadas en la historia. Esto es visible para cualquiera pues la inmensa crisis y decadencia no hace olvidar lo que antaño era la sociedad, llena de defectos, inperfecta, pero con ciertos valores y normas comprensibles para la mayoría. Vueltos los ojos a las sociedades de la naturaleza, el ser humano rectifica y pretende, por intuición o ignorancia, armonizar el desarrollo técnico con la estructura básica de la manada; naturalmente fracasa y la estructura cede y se quiebra como madera podrida expuesta al sol del mediodía. No es posible tal armonía porque no somos vacas ni leones, si acaso hormigas, pero las hormigas conforman un todo donde la individualidad carece de importancia, y ¿quién de nosotros sacrificaría su propia vida en beneficio del grupo?.
La vigencia del estado del bienestar ha caducado, precipitada por una serie de factores casi cómicos que evidencian la imposibilidad de una profunda revisión del modelo, necesaria para su rearme y nuevo reinado.
Efectivamente el mundo ha cambiado.
Las tecnologías y la información a borbotones provoca un efecto contrario al profetizado: estamos más solos, más confusos y más desinformados que nunca. El propio estado semicapitalista y semiprogresista a partes iguales alcanzado en las últimas décadas deja en carne viva lo que ya está supurando en las calles, en las casas, en el aire: se ha perdido la fe. La fe y la creencia casi en cualquier cosa. Basta con darse un paseo para comprender que la relativización y la negación son los valores en alza de la nueva sociedad, hecha a base de jirones, costurones unidos sin orden ni concierto, retales de una cosmovisión ignorante y farisaica.
¿Cómo hemos llegado a esto? Sencillamente perdiendo el respeto por la vida humana, a veces creando rendijas destructivas -aborto- y a veces simplemente otorgando valor de ley la protección suicida al agresor de la sociedad -asesinos, violadores, pederastas, violentos en general, corruptos institucionalizados-, lo que inevitablemente lleva a la eliminación inconsciente de barreras éticas en cualquier circunstancia; esto es, a la amoralidad perfecta.
La protección al agresor con toda la carga legal disponible, no castiga comportamientos y acciones contrarias a la salubridad social sino que pretende y logra recuperar indeseables para la nueva sociedad destilando confusión, rabia, desafección y brotes endogámicos de odio visceral. Las diversas crisis de los últimos años no hacen sino ejercer presión sobre los escasos hilos de cordura, de civilización que nos quedan; de ahí la atomización del tejido comunitario. Sin moral, sin reglas, estamos condenados a sucumbir bajo el barro: Siendo objetivos, ya no hay quien pare el brutal cambio que tenemos encima. La masa ha interiorizado que su placer, su pensamiento, sus reglas son extensivas al universo y no tiene miedo a exigirlo, a romper la norma básica de convivencia, que es el respeto y defensa del individuo cumplidor.
Por otro lado la deriva e incompetencia de las clases dirigentes provocan, si no alientan, la dictadura social, junto a la sensación no del todo errada que hace sospechar un corpus legal vigente mas no aplicable; una legislación líquida que permite aplicarla a conveniencia: cada día vemos ejemplos de ello.
Por lógica en los próximos meses veremos cómo los parásitos ideológicos, salidos tiempo ha de las sombras y la insignificancia, toman en cada uno de los países el poder y la capacidad de odio con toda la operatividad que la estructura estatal proporciona a sus fines, y la lógica y la inteligencia razonada pasarán a la irrelevancia, al menos durante un tiempo. Estamos en eso ahora mismo. Las sociedades, descuidadas y pueriles, absortas en el presente inmediato, han permitido crecer a la bestia desde las universidades, desde cualquier asamblea social, desde las entrañas mismas de la ciudades y campos y los cachorros sedientos ya están presentes en las instituciones; o lo que es lo mismo, la metástasis del modelo está extendida en todo el cuerpo, cabeza, tronco y extremidades. A ver que tratamiento cura al enfermo, a ver qué médico tiene vacuna.
Las religiones basculan entre mimetizarse con el nuevo orden rompiendo su esencia, que es la inmutabilidad de la verdad revelada a cada una de ellas, y pasan ordenadamente en masa al fenómeno de la post-verdad, es decir el apaño más o menos ventajoso de los hechos y posturas según interese, o directamente a dominar el orbe por la violencia irracional, con líderes tan permeables a la manipulación y la hipocresía como permeables a la ética de su supervivencia.
Quebrada la sociedad, podrida la educación, arrinconada la religión, desvirtuada la ciencia e infrautilizada la tecnología, solo queda esperar la caída del modelo puesto que carecemos de líderes vigorosos que rectifiquen el rumbo incierto, genios que consigan lo que estaba tan cerca si la historia no hubiera roto aguas: una sociedad justa, desarrollada, fuerte y exigente. Mientras andamos hay corrientes trabajando para derribar las escasas normas lógicas que quedan y formar una especie de sociedad apocalíptica no muy alejada del mundo alucinado que podemos ver en Mad Max, por ejemplo, o quizás una versión humilde de 1984. Raro sería que fuera una extrapolación de Huxley, pero posible es.
Bajo el cielo entristecido nos queda aguardar que las arcaicas ideologías del XIX (comunismo y similares) y arcanas de la Edad Media (Islamismo) no sean las únicas posibilidades del nuevo orden social. Manadas de ovejas humanas intrascendentes, dominadas por líderes incompletos y salvajes como retorno sarcástico al mundo del Antiguo Testamento, la decadencia del hombre al final del camino, el fin de nuestra historia.
Hay otros muchos factores, pero son deprimentes.