Ir al contenido principal

CARTA A LOS 300

Queridos señores:
Hay que vivir, si es posible bien, y por eso es disculpable buscar cobijo conveniente y de fácil adaptación; desde este punto de vista se entiende la carta de la vergüenza que pretende subirse al carro de la mentira. Trescientas personas se ponen en riesgo absoluto de cara al Juicio que ha de llegar; porque resulta que los firmantes son sacerdotes, hombres de Dios y de bien en teoría, pero que la práctica revela como impresentables absolutos, pastores de un dios falso, miserable y asqueroso: ése es su dios, señores. De otra manera no puede comprenderse para un creyente en el verdadero Dios que sacerdotes y diáconos renieguen de aquéllos torturados en defensa de la fe eterna, de la libertad (sí, la libertad) y de la integridad personal. Ni más ni menos.
Esos gigantes, esos Santos murieron en vuestra tierra a manos de vuestros amigos de ERC, que de diálogo sabían y saben lo justo, de concordia andan caninos y que desconocían y desconocen la integridad. ERC y otros depredadores que odian e imponen a sangre y fuego sus propuestas, propuestas que quedan descartadas en el mismo momento en que se vierte sangre en su nombre. Por eso los que murieron por voluntad del Mal pudieron sonreír en la Gloria cuando ganaron la guerra quienes representaban el bien y quienes tenían razón. El error debió ser otro, pero nunca la guerra que salvó a millones de la verdadera dictadura, la dictadura del mal absoluto, infinito.
Ellos eran la verdadera Iglesia y la verdadera razón de amar a Dios. Vosotros sois heraldos del mal, hijos de la farsa, y por eso ni hoy ni nunca estáis en mis oraciones, mi pensamiento. Ruego a Dios que si me salvo no haya en los cielos ni un alma procedente de vuestros cuerpos corruptores, y ruego una charla con los mártires, inocentes y valientes y llenos de llagas aún hoy dañadas por quienes deberían venerarles. 
Esa carta os condena, cada palabra os condena, cada idea que intenta reflejar os sitúa en la condenación. De otra manera el Dios que conocí no existe, porque Dios es Amor y no abandona a sus hijos más preciados que murieron en defensa de la Fe, y abomina de los apóstatas asquerosos que buscan la falacia y rechazan la justicia y las leyes.
Por todo esto puedo decir: es la hora definitiva de los grandísimos hijos de puta, de los hipócritas, de los asesinos y sus amigos y de los podridos miserables; esto no es muy cristiano, pero alivia mucho.
No se dialoga con quien va a destruir lo que eres o quieres ser, se pelea.
Y ahora, putos gilipollas, intentad hablar con los testículos cortados y puestos en la boca por vuestros interlocutores, a ver qué se arregla en semejante conversación. Y por eso, queridos gilipollas, puede pasar esto si utilizáis la guerra como ejemplo: que haya quien se haya informado sobre lo que pasó en realidad. No cuela, majos. La sangre sigue fresca.
¡Qué alivio, si señor!