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A UNA NACIÓN VACIADA

En una novela de mi adorado Evelyn Waugh -creo recordar que Decadencia y caída de 1928 y que es la primera suya publicada-, una pareja saturada de tanta reunión social hace suspirar saturada a la chica en determinado momento: 
-Dios mío, tanta fiesta... - O algo semejante.
Pues bien, hoy me imagino que esta frase de cansancio y de hastío vital podría aplicarse a la situación española de ahora mismo, porque todos y cada uno de nosotros hemos estado de fiesta durante años sabiendo íntimamente que la resaca era inevitable, y si no ha sido así es que hay un montón de ciegos en nuestras calles. Como la locura alemana en la derrota segura de 1945, los españoles nos hemos ido abandonando a una bacanal de gasto y falta de previsión digna de Sodoma y Gomorra: viajes, fiestas, vacaciones, televisiones gigantescas, tecnología inalcanzable y toda clase de superfluosidades manolitescas han ido sucediéndose como una espiral de derroche que toca, vaya si toca, pagar. Y no podemos ni en sueños. Es una mochila para la generación siguiente, que sin duda es un ejército menguado. ¿Menguado por qué? Porque el aborto ha destrozado las perspectivas de población y por lo tanto somos y seremos una sociedad vieja, temerosa y poco robusta: los países que llamamos despectivamente pobres son ahora el futuro, todas las migraciones deberían regularse para formar jóvenes de otros lares para que ocupen no únicamente los trabajos semiesclavos sino también, y sobre todo trabajos cualificados; y no lo haremos, no lo haremos. Porque el alpiste democrático (alpiste fraudulento, democracia de boquilla) ha permitido a los gestores llevarse la sartén y el mango.
Mientras tolerábamos la degradación evidente de la ética del trabajo y del esfuerzo común de las cosas que funcionan nosotros, españoles aburridos y abúlicos, hemos ido descubriendo lo sencillo que resulta actuar contra natura y despachar por caduco y absurdo todo camino que lleva a construir y mantener una sociedad fuerte, un país fuerte. Hemos troceado España y hemos negado el agua que se desbordaba en el norte por no ayudar al sur, hemos desarrollado un monstruo burocrático estatal sostenido por escuálidas hordas de riqueza que evidentemente jamás podrían sostener y agrandar un estado deficitario y anquilosado como es el nuestro, que nada produce excepto despilfarro. Hemos destrozado la industria troceándola y sirviéndola a los lobos como carne podrida sin valor, y nos hemos transformado en una sociedad que sirve cañas de cerveza, fiestas sin cuento y tapas, poco más. Hemos arruinado el campo prefiriendo productos de lugares lejanos y dando el poder a intermediarios de dudoso pelaje, y hemos dado la exclusiva de los medios más influyentes a ideologías fracasadas, y estos medios, poderosas máquinas de propaganda, han correspondido con un mensaje fatal de negación de la lógica, de inconsciencia fantasmagórica y de hechuras diabólicas; unos medios fortísimos en la influencia pero cuya teórica grandeza reside en subvenciones injustas que tapan la triste realidad: no pueden sostenerse con la ley de oferta y demanda y por lo tanto son instrumentos fraudulentos de la verdadera libertad de expresión. De la prensa libre -pero libre de verdad- que queda en pie queda la esperanza y la certeza de saber que en un país decente y democrático real serían los verdaderos líderes de opinión pero eso no lo podremos saber en España, donde la independencia no es tolerada por el sistema.
No hablemos aquí de la inmensa premisa torticera y mendaz que suponen las consignas asumidas, Dios sabe la razón, por casi todos: que si el feminismo, el machismo, el ecologismo y demás abstracciones que retorcidas y vaciadas de verdadero valor sirven a la masa para entretener su ignorancia y desfigurar todo el panorama común. No sigamos...
Esta chulería desembocará en el océano del olvido, la insignificancia, el cero absoluto. Europa nos abandonará después de décadas de estafa y trilerismo, y, si se puede, tendremos que iniciar una nueva posguerra con las manos vacías y las mentes abotargadas de tanta papilla ideológica.
¡Que somos barro, hermanos! ¡Somos los últimos en enterarnos! ¡Qué tristeza y desilusión, saber que la nada a la nada conduce!
Yo no soy nadie, existen expertos que pueden explicarnos la razón de utilizar un remedio olvidado hace siglos para detener (sic) la pandemia, con grandes gráficos y sesudas cuentas, pero de lo que estoy seguro es de que tras el miedo a la enfermedad (rarísima en su desarrollo y selección de víctimas) ha de llegar el pánico al hambre y la miseria sin remedio, pero para entonces estoy seguro de que ya habrá preparada una explicación papillesca que en cierta forma y cuando menos logre crear dudas sobre las certezas, miedo sobre la ira, conformismo sobre la indignación. Los que están dentro de este perverso sistema vivirán muy bien; los demás iremos a su puerta suplicando mendrugos o las sobras de su banquete. A ellos que nos anularon permitiéndonos hacer lo que en puridad nos iba a destruir y no lo que era su obligación gestora. Ay, España.
Pues eso: tanta fiesta, Dios mío...