Ir al contenido principal

LA AGRESIÓN DISTANTE

Me imagino sentado en la cuneta de una carretera, cualquier carretera. Una sencilla de campo quizás. Enciendo un cigarrillo (porque aún no he dejado de fumar, para qué), inhalo despacio. Pasan coches con una cadencia asombrosa sin urgencia, como de paseo. Mi humo asciende vertical gracias al aire sin perturbar, quieto el tiempo y la atmósfera. Es primavera otra vez.
Me abandono a mis pensamientos y todos ellos convergen en lo mismo: ¿cómo hemos llegado a esto? Y no hallo respuesta alguna, no consigo entender. Somos como niños castigados que no podemos engañar al padre por mucho ingenio que demostremos, aún desconociendo qué mal hicimos y porqué somos despreciados, aplastados, ignorados por personas cuyo magisterio es improbable, increíble. Castigados por ser humanos. Somos indefensas, frágiles criaturas que miran planos a quien dirige esta tierra. Aceptamos cualquier instrucción sin discutir ni comprender muy bien y por lo tanto no podemos escapar de nada que nos impongan, somos hormigas. Pronto tendré que levantarme y marchar. Pasa una patrulla policial y no les miro con indiferencia como antes, no: miro con miedo y desconfianza. Ellos miran con altivez y seguridad; tengo claro que no hay nada que hacer, van a decidir por mí desde ahora. Mis amos, hace muchos años que no sentía esta impotencia.
El día se oscurece.
Luego en el camino siento los sonidos de mis pisadas y me afecta en exceso. Me ponen nervioso y nostálgico. Estoy vivo hoy, tengo mi carne y mis huesos pero cuando quieran ellos los hilos me llevarán de aquí allí sin tener en cuenta mi voluntad o mis deseos. Así ha cambiado el juego. Noto el brutal impulso de una bota sobre mi cráneo y es imposible librarse del miedo.
-Una vez nos abandonamos a la dulce desidia de la libertad- me dice una voz- pero eso se ha terminado, ahora aprenderemos a obedecer y a inclinar la cabeza. No te olvides.
Mis torpes pasos me llevan hacia el olvido, parece. Si no soy no sufro, si no hablo puedo controlar la nostalgia de algunos ayeres. Dejé la colilla consumida en la cuneta y toso un poco.
¡Qué hermosos están los campos! Eso es inmutable, fíjate qué agradable es mi país.