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PARA CORRER EN DEMOCRACIA

Cuando comenzó la crisis del Coronavirus parecía una buena idea confinar a la mayoría de la sociedad un tiempo para dar un respiro y preparar la estrategia correcta de defensa. Ya cuesta imaginar la poca previsión de nuestros dirigentes ante lo que se venía encima, pero se hace insoportable entender la absoluta incapacidad del aparato estatal para gestionar siquiera decentemente una crisis cualquiera. Aún más si tenemos en cuenta que cobran bastante bien por velar el bien común. Bien.
Queda claro, en todo este embrollo, que la enfermedad de nuestra sociedad no es ni de lejos la pandemia famosa, sino los años que el estado lleva desangrándose, agrietándose y apuntalándose en la podredumbre del conformismo y la estafa indisimulada a unos ciudadanos aborregados e increíblemente ingenuos. Lo único que la crisis ha puesto de relieve es nuestra fragilidad, además de una falta de personalidad sorprendente. Ha sido, por decirlo con suavidad, una masticación lenta que comenzó cuando el primer cargo público que demostró incompetencia o corrupción  no dimitió de su cargo, y como decía el otro, nada hubo. Así se escribe la historia de nuestro naufragio, lento y doloroso. Un gigantesco aparato estatal que es caladero de sueldos sin obligaciones para un montón de cigarras cobrando el pizzo. No conozco los entresijos de la mafia, pero tenemos una bien asentada en nuestras instituciones y como buena organización, lo primero que hace es no dar explicaciones a sus inferiores. De alguna manera los servidores han devenido servidos. Bien.
Confinar un tiempo a las personas para protegerlas mientras se definían los muros de contención es una medida sensata; un mes, por ejemplo y se prepara un plan de contingencia que contemple todas las áreas a proteger: Sanidad, economía, orden público, protocolos sociales y de actuación... Perfecto, sin objeciones. Pero, ah, resulta que detrás de la mesa de poder se sientan unas gentes cuya visión del poder no considera el detalle de saber gestionar transatlánticos o resolver los problemas logísticos que el mando conlleva, qué va, están para otra cosa que a algunos nos gustaría saber que cosa es. O no, vaya usted a saber. El caso es que básicamente estos capitanes optan por la peor opción de las posibles, con un porcentaje abrumador de desacierto, lo cual tiene su mérito sin duda. Sigamos: inmediatamente se constató que el confinamiento no era un instrumento temporal para ganar tiempo. Era el núcleo de la estrategia. No existe plan B ni C ni nada, el plan es dinamitar los puentes y ya veremos, que esto es nuevo y nosotros también.
Pero, y es importante, desde el encierro han sucedido una serie de acontecimientos y decisiones que hacen pensar que nuestros mandos no son sólo unos inútiles, sino que además buscan protegerse del desastre causado igual que los niños intentan borrar sus fechorías aumentando su culpabilidad. Es de justicia señalar y recalcar las atrabiliarias gestiones, todas nefastas, que han dejado claro el nivel gubernamental; material cero, organización cero, trabas ilimitadas a la iniciativa de otros, confiscaciones arbitrarias, control policial de legalidad dudosa, mentiras y ausencia voluntaria de transparencia, economía  destruída, hambre, indignación y perplejidad universal ante el socavón creado, paisaje dantesco al que se suma, por supuesto, la cifra indeterminada de muertos, muchos de ellos evitables, que no recibieron el respeto debido. Es cierto también que viendo a los líderes no podía esperarse otra cosa, y es todavía más cierto y trágico que este gobierno ha sido votado por todos. Por todos, quede claro.
Lo peor viene a continuación.
El comportamiento del gobierno incompetente en grado superlativo es, además de caricaturesco con ribetes trágicos, criminal. Criminal porque han enfangado los medios de comunicación afines con dinero que debía destinarse a otros afanes, y se ha dedicada a la peor propaganda, que es la mentira sistemática al servicio del poder instrumental. Demuestra que mienten y no se esconden, lo maquillan. Criminal porque han bloqueado sin dudar todos los instrumentos de la democracia que podrían ser el dique de contención de autoritarias inclinaciones que en este gobierno están muy claras. ¿Podemos esperar algo parecido a la decencia en unos gobernantes que incumplen sus propias directrices?. El estado de alarma ha proporcionado poder a quien no debiera ostentarlo en tan alto grado. Criminal porque los partidos que no son criminales están jugando un juego diferente al gobierno, y cuando reaccionen puede ser tarde, para ellos, para todos.
Mientras el grueso de la población se paga el confinamiento que no puede permitirse pudiera ser que los capitanes estén preparando un nuevo orden, un plan nuevo que diste bastante de la idea que algunos tenemos de la democracia. Sabido es que los partidos que sostienen el gobierno, todos ellos, tienen un concepto grotesco de la democracia y llegados a este punto no parece descabellado pensar que esta gente opte, para ahorrarse formalismos incómodos, por cruzar el Rubicón y quedarse la tarta entera.
Diríase que nuestra democracia se sustenta sobre cimientos mal diseñados y no es suficiente pasear tranquilamente sobre ellos; es indispensable correr para habitar en ella. La pregunta es ¿hay mecanisnos fiables que protejan nuestro estado de derecho? ¿tiene fuerza el sistema para contener la riada?.
Lo veremos, desgraciadamente, en la nueva normalidad.