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TRAGEDIA INTIMA. UN CUENTO ASÍ.


Hubo un incendio en una de esas caseronas del centro que semejan viejas señoras a punto de derrumbarse exhaustas sobre el pavimento, tan frágiles son. Un fallo del gas, un brasero derramado... vaya usted a saber qué originan estas desgracias tan comunes como inevitables. Vaya usted a saber.
Pero existen los telediarios y los manuales de estilo de los telediarios: es preceptivo que si hay fuego y algo de dramatismo se debe mandar un equipo y grabar, porque piensan que las noticias de cercanía enganchan y crean atención a la hora de comer y a la hora de cenar. Así, una pequeña historia se convierte por arte de magia en un foco instantáneo y fugaz de interés general.
Se presentaron los equipos y grabaron los últimos estertores del fuego en la casa; humo negro moribundo saliendo de las últimas ventanas, los vecinos arracimados en torno al portal en pantuflas centenarias como sus hogares y batas roídas como si el fuego las hubiera también mordido. Unas tomas de los bomberos ya de retirada, un poco del edificio herido, los balcones y las plantas, algún gato despistado del barrio. Paseantes mirando y las palabras de los habitantes, vitales para enfatizar el dramatismo.
-Hemos salido con lo puesto...
-Por lo visto se ha quemado algo en el segundo... no sé si izquierda o derecha...
-No puedo ir a trabajar, imagínate con estas fachas...
-Menudo susto con la policía y todo...
-Es un barrio muy tranquilo, a ver qué pasa con el seguro...
-Llevo poco aquí, soy inquilina, qué mala suerte...
Sin faltar el "esto se veía venir, son edificio viejos", etc etc...
Luego es preceptivo que el bombero de su explicación técnica, que se resume en un "hemos apagado el fuego después de desalojar el edificio, ahora hay que desescombrar" y la recomendación del reportero sobre seguridad, revisiones de conductos y tuberías y la importancia de pasar a tiempo las inspecciones. En fin, lo hemos visto mil veces y sabemos su desarrollo. Pero en este caso había algo especial, porque entre los vecinos del portal distinguíase un anciano pequeño y compacto que miraba atónito su ventana y luego su rostro se perdía en Dios sabe qué pensamientos, y paseaba en círculo. Como tantos hombres mayores tenía su dignidad, algo indefinible, un aire señorial, como intemporal. Un carisma que ya se ha perdido en nuestro tiempo; incluso en pijama y bata como vestía el pobre asustado e incrédulo. Le pusieron el micrófono enseguida y le preguntaron también.
-Y usted caballero, ¿se ha asustado?
-Un susto grande, sí- contestó el pobre con un hilillo de voz.
-¿Ha perdido mucho?
-Todo, el fuego se ha cebado en mi casa...ésa es, la del humo más negro, fíjese...
Y miraba su balcón desolado.
-Y claro, los recuerdos perdidos- le dijo el periodista de voz bien modulada.
-Todo, todo, fotos, recuerdos los muebles, todo...
-¿Algo de valor?
Y el viejito levantó la cabeza y abrió los ojos como suplicando.
-Una novela mía terminada, que estaba entre mis papeles- explicó resignado.
¿Y sabes qué? Podemos pensar que la novela mejor quemada, pues no tendría valor; pero también puede ser que en esos papeles quemados hubo una obra maestra, o quizá una obra notable, cómo saberlo. También en un hombre viejo puede refugiarse el talento, la capacidad de sorprender con algo grande y perdurable. Este hombre que está en la calle tras una tragedia íntima, local, siente sobre todo la pérdida de sus palabras, puede que años de borradores, y en la pequeña declaración, en una noticia sepultada entre los deportes e internacional se halle una confesión ignorada de obra de arte perdida para siempre, un manuscrito escrito en las horas últimas por manos tercas, poderosas que erigieron desde la nada una catedral literaria.
O no, quién no lo dirá. Yo, por mi parte, quiero pensar que el hombre anciano escribió y fue el único lector de la mejor novela del siglo XXI. Pero es que yo recuerdo sus palabras y sus gestos de aquel día en que hubo un incendio en una de tantas caseronas del centro que parecen señoras gordas a punto de aplastarse en el pavimento...