Ir al contenido principal

EL HASHTAG PRIMORDIAL

En tiempos no demasiado lejanos se respetaba la muerte. Había una suerte de firmeza honesta cuando una persona se iba y existía cierto aire triste y plomizo cuando nos tocaba de cerca. Naturalmente, esto sucedía en la parte de la sociedad correcta, que miserables ha habido siempre, pero en minoría. Durante un tiempo determinado que variaba en función de la cercanía del finado, la tristeza reinaba y la sombra nos acariciaba hasta completar el círculo del duelo y la pérdida.
Los días pesaban y faltaba algo, existía el vacío de verdad y no era una palabra hueca.
En tiempos gentiles.
Y en esta estúpida sociedad en que nos hemos convertido, hecha de compartimentos mentales y físicos, el duelo es una cajita hipócrita que destapamos quizás unos minutos para aparentar, y que cerramos a voluntad para ir luego a cenar bien o a las redes sociales, esas alcahuetas rancias que nos gobiernan. Una parodia de existencia a base de labios apretados y posturas necias y lágrimas impostadas sin dolor, sin pérdida, porque la verdad es que no nos importa. No nos importa excepto si es alguien muy cercano y querido, tal y como entendemos querer hoy día, y aún así, cualquier día nos haremos un retrato deprimente y solitario junto al cadáver y buscaremos palabras huecas, prestadas con las que asombrar a nuestro círculo, y así envejece nuestra alma cada vez un poco más, y cada vez somos como Dorian Grey, la cara superficial del monstruo.
¿Y por qué digo esto? porque esta pandemia se ha cebado con nuestro mayores, muchos de los cuales portaban el gen de la antigua costumbre de honrar y respetar ciertas reglas de urbanidad, y ya no será transmitido. No digo aceptado, digo transmitido para que al menos sepamos de qué se trata si eres un ser humano, y qué reglas básicas se han ido desarrollando a través de generaciones. No digo aceptado porque es evidente que la mayor parte de nuestra sociedad es un jirón hedonista y vacuo de apetitos caprichosos y cretinos, de esclavitudes absurdas. De vacío existencial. A nadie le importa, a nadie le importa la muerte, y es como si no formara parte del tinglado éste de la vida, como si fuéramos un río poligonero y absurdo llenando nuestras horas, nuestro tiempo, de un autotune vital, una forma como cualquier otra de vacío, inmenso e infinito. Lo pútrido es graciosamente ocultado bajo un manto denso de realidad virtual, y los homenajes se llenan de incongruencias de toda índole para tapar que no sentimos nada y nada respetamos. Por eso homenajean rutinariamente a unos cuantos mientras otros muchos, enterrados quizás como perros, quedan fuera por no estropear el selfie del imbécil de turno, El hashtag soy cojonudo.
Es cierto que no todo el mundo vive este nirvana feroz del siglo XXI pero también que la inundación nos está cubriendo a todos. Y ¡joder! las cosas no podrían ser más deprimentes si quitamos el foco individual y lo ponemos en el global. Yo creo que hay demasiados ilusos que se creen que no van a morir o no se van a arruinar o yo que sé.
Estamos mirando el abismo y nos hacemos un selfie chulísimo, viva la nada, bienvenidos a la sociedad de los no pensantes.
Disfruten del mundo eslogan, lo van a recordar: es un anuncio interminable de nuestro vacío en Instagram, en Youtube, en Twitter, en todos lados.
El desierto existe.