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Pues España es una tierra rodeada por un río circular y es difícil comprenderlo. Peculiar agua de perímetro, que es vieja y no se renueva, y por eso sus habitantes son milenarios como el tiempo que lleva encajonada la tierra por sus márgenes; arrastramos la enfermedad endémica aislados de la realidad, perturbados por nuestros pensamientos. Es el agua usada y estancada que bebió el Cid y los vapores de ella que enfermaron a los habitantes del perímetro, y generación tras generación las constantes son las mismas y cambia la vestimenta y la mentalidad permanece inmutable. El agua nos limita.
El río circular que discurre aburrido y lento por no saber encontrar una salida al mar o al eterno, río obsesionado en el pasado y sus mentiras. Fuimos reyes y no queríamos, hicimos lo que todos hacían y no creíamos.
Y ahora miramos la tierra de fuera y queremos ser de ella, pero no es posible porque las voces que cabalgan las aguas del río son como parásitos incrustados en la mente y nadie sabe qué pedimos, qué podemos hacer en la tierra nueva con nuestra morralla social, remiendo de jirones obsoletos de verdades que hace tiempo no se escuchan más allá de la otra orilla.
Somos modernos de añeja escritura, actores de cine mudo. Todo nos llega y todo lo transformamos en un error centrípeto. Las mismas palabras de siempre, los mismos círculos mentales.
¿Saldremos? Sí, es cuestión de poner depuradoras y buscar las fuentes.
Y centrifugar las ideas, legado envenenado