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ESCLAVOS DE LOS BLOQUES IDEOLÓGICOS


Aceptamos el yugo que se nos ofrece, esa es la verdad. No se trata de criticar nuestra sociedad y tomar posturas prestadas hasta que la confrontación se enroque sobre sí misma en un bucle infinito y agotador, se trata de ser personas. Si entras en twitter y otras redes sociales comprenderás que el ser humano, el ser social, hace suyas ideologías completas, como una especie de lote completo en el que nuestra sed de certezas pueda acomodarse con mayor o menor gusto; si eres de izquierda tendrás tu cuerpo doctrinal y tus referentes, con la condición casi obligatoria de apoyarlo todo. No puede ser que deseches esto o aquello, eso sería deserción. De la misma manera que cada sociedad cambia ciertos parámetros en función del ámbito local (no es lo mismo ser conservador en EEUU que en ), en todos los nichos ideológicos se exige aceptación absoluta del individuo, de lo contrario será parcial o totalmente excluído del grupo en función de su importancia social o económica: a nadie le importa mucho la opinión de un sin techo.
Por tanto, consciente o inconscientemente se nos empuja al bloque y a la homogeneidad, y respondemos al estímulo buscando referentes que nos reafirmen sin fisuras en la elección ideológica, santones de todo tipo que nos ayudan a expresar la sopa doctrinal que se entumora en nuestras mentes. No importa que muchas veces los propios afanes de los grupos políticos te enchufen contradicciones flagrantes (y estoy pensando en ciertos postulados de Vox, que parecen dar la razón a las acusaciones de sus contrarios) porque en el fondo se trata de formar parte de algo más grande que uno mismo, hacer bloque; instintivamente comprendemos que si los líderes profesan ciertas teorías, necesitamos aceptarlas sin más, pues en el fondo carecemos de fortaleza argumental, incluso educación cultural, para rebatirlas aunque no nos convenzan íntimamente.  Hemos de creer y asentir con un acriticismo pueril e incómodo. Todas las confrontaciones vienen de un mismo punto, los bloques de presión ideológicos, la polarización, la falta de aceptación de la diversidad. El problema irresoluble es que rara vez  una idea surgida en un bloque es aplaudida por otro, aunque sea brillante. Porque el núcleo incandescente de un pensamiento no permite ceder un ápice al terreno contrario. El propio discurso parlamentario está reglado así. Los políticos, que en el fondo se han formado en una escuela de debate que enseña a defender con eficacia una cosa y la contraria, lo aplican cada día, a cada palabra, para defender el nicho, la veta electoral, el sueldo en suma.
¿Qué hacer? esperar quizá el día en en que círculo virtuoso de la conversación -que no confrontación- se despoje de trajes perturbadores del entendimiento, y mediante el diálogo sincero y la objetividad honesta ponga sobre la mesa pública cuales son las prioridades de la sociedad y cómo afrontarlas sin erosionar a nadie, entendiendo como nadie  a las personas que están en el camino de vivir y dejar vivir, o lo que es lo mismo, aquéllos que pueden permitir y aceptar otras formas de convivencia y de actuación para los que no piensan ni se manejan igual. Y que no se ofendan.
Algún día en algún lugar volveremos a comprender la esencia de la convivencia con sus normas y el camino perdido se retome, desde lo personal a lo universal. El círculo virtuoso de ciertas verdades inmutables y millones de verdades elegibles.
Mientras tanto tenemos twitter para ejercer la violencia verbal, la amenaza y el caldo de cultivo de una inmensa, estéril e infecunda guerra infinita. Twitter y lo demás.
Es difícil, puesto que a la postre la estructura está diseñada para sostener a un buen número de personas trabajando en la cúpula pública, y son parásitos que no están dispuestos a perder la nómina. Todo está llamado a transformarse cuando un número significativo de personas decida no entrar en el debate embarrado y coja ideas, lógicas y teorías en el estudio reflexivo, no en los manuales burdos de los medios de masas.  Cuando nos sintamos libres de pensar nuestras ideas, en fin.