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DE HABERLO SABIDO. CONFESIÓN TRÁGICA.

 De haberlo sabido no lo hubiera hecho así. Esta manida frase en múltiples variantes sirve de consuelo cuando uno se encuentra con un revés que necesita explicarse para, de alguna manera, darle un significado racional a las consecuencias y aliviar la inocencia propia. Las mayoría de las veces se queda en una frase de consuelo, pero nada más.
Pues bien, a día de hoy puedo decir sin inquietarme lo mismo en los mismos términos, aunque está claro para mí que si bien podía no saberlo en el fondo debería haberlo intuido. En la escena final de la película Vencedores y vencidos, cito de memoria, el juez encarnado por Spencer Tracy acude a visitar al condenado Burt Lancaster, prestigioso jurista antaño que no comprende la razón de su condena. Spencer Tracy (un modesto juez) le hace ver sin velos que la primera vez que condenó a una persona sabiéndola inocente era culpable, digan lo que digan las leyes del momento. Esta explicación es extrapolable a cualquier ámbito sin perder un ápice de contundencia. 
Yo he sido durante 11 años un falso autónomo, lo que significa que en su momento acepté un trabajo remunerado irregular asumiendo el riesgo y, lo que es peor, creyendo las razones del pagador para no hacer un contrato legal; creía entonces y sigo creyendo desproporcionado e injusto el gravamen del Estado a las empresas, pero no me sirve como excusa para dar el paso de aceptar algo (ahora lo sé) demasiado arriesgado y expuesto al capricho del contratante cuyas manos quedan libres de hacer y deshacer aprovechando la debilidad aceptada por el contratado. Un error mayúsculo que espero no volver a cometer. Porque las personas que actúan y contratan así no lo hacen por necesidad, lo hacen por mezquindad y beneficio propio y al final son bastante más injustas y desleales que el Estado. El Estado no te conoce, ellos sí, y porque te conocen, en el fondo te desprecian por caer en su trampa no asumen su responsabilidad moral ni por supuesto legal. De haberlo sabido...
Entonces queda perder 11 años (o los que sea, pon los tuyos) por no haberlo visto venir, por no haber sido capaz de valorar los servicios prestados, por desconocer la naturaleza humana tan proclive a separar la ética del trabajo a la personal (distintas y antagónicas en demasiados casos) y en definitiva, por gilipollas. Integral, para ser más preciso.
Y ahora paseo noqueado sin comprender las razones de mi caída pero comprendiéndolas bien. Si cierto día de hace muchos años hubiera desconfiado de las personas y hubiese visto que tras la verborrea se escondía una estafa evidente, visible, increíble en su visible claridad, quizás, y sólo quizás, sería yo el habitante de una buena casa, una buena mesa y una buena economía, y no los que contratan falsamente sabiendo de su impostura y su ahorro vil. Preservar la dignidad es importante pero difícil, y al final queda como único, pírrico consuelo que es mucho mejor ser agredido a agresor, aunque no lo parezca. 
La verdad, no lo parece. Parece que esta confesión amarga me hace culpable también a mí, el que sabía que aceptando un trabajo falso e irregular me hacía perder mi condición de trabajador exigido y exigente para convertirme en otro tonto más. De los gigantes, exagerados, descomunales.
Todos culpables entonces. Yo, en concreto 11 años con todos sus días y sus horas. Vida perra...