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A LA TARDE QUE NO LLEGA




Yo estaba dormido, dormido. Di: ¿Por qué me despertaste? y ¿por qué las raíces se besan y se arrullan y vuelven a enroscarse en el tórax?  No tengo sino manos perdidas.

Miro las esquinas hambrientas y busco néctar en ellas. La luz no es buena. Cojo el grano viejo que no arraiga y me subo a la cima más pequeña del mundo, mi dulce camino. Se van célibes sueños, se van sin haber rodeado el edificio y más allá... ¿Es esto todo? ¿es la esfera un delirio, una leve nota sin mensaje?.

A qué vinimos si la fruta escarcha y el labio no muerde, a qué. En el aire promesas arcaicas sobre fondo rojo, un montón de futuro que procede del pasado, que lo cubre y pudre como simiente odiosa. Una voz sin timbre y una cartera desbordada de dulce, genuino veneno invisible y reacio al trato, a la concreción. Dos amigos se funden en un abrazo en cualquier estancia.

Nos agitamos en últimas palabras colmadas de presunción, nuestro anhelo es la bestia indescifrable que conoce nuestras dudas y las perpetúa en agria e irritante niebla. Un témpano se derrite por la acción de las noches frías: ésa es la solución última y el rechinar de almas desbocadas, incapaces de contener el agua que se escapa del dique, sin vida ni creencias más perfectas, un crisol gigante de desilusiones. Canta alegre el gallo del día final y vive como perturbado.

¡Levanta la cabeza, sírvete el último trago y que no sea amargo! Vive como si la muerte fuera una historia volátil y no pruebes ese abono porque no está destinado a ti, no a ti. Vive como si fuera el último día y la hora final y arriba la barbilla como si no importara nada, ese el camino de los peregrinos que no obtuvieron crédito en la fuente de la vida y, sin tristeza excesiva, usaron sus sentidos para conocer y contemplar un poco de esta escena que llamamos vida. 

 ¿Me comprendes? Yo estaba dormido.

Dormido.