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TODAS LAS VÍCTIMAS, TODOS LOS DRAMAS



No tengo formación ni manejo datos empíricos que sustenten lo que voy a defender aquí, pero tengo conciencia, sentido analítico y una historia detrás que me permite desarrollar una opinión meditada, errónea o acertada, pero meditada. Es sincera, y eso ya es mucho en este mundo de máscaras y encubrimientos.
Somos hijos de la pandemia y debido a una serie de factores entre calamitosos y sorprendentes, el mundo se ha desplomado. Es probable que las raíces de nuestra debilidad estuvieran arraigadas desde tiempo atrás, lo cual es irrelevante ya. Las decisiones tomadas para atajar el mal han sido tremendamente dañinas y definitivamente desastrosas para la sociedad y el tejido empresarial. Casi ha pasado un año y en realidad la curva de contagios y muertos no desciende significativamente. Podría pensarse que faltan años para volver a pisar las calles con normalidad y, por lo tanto, recuperar el dinamismo económico en el aspecto primordial de la comunicación directa, persona a persona. Las empresas medianas y pequeñas han desaparecido o lo harán antes de que esto acabe y crecerán las grandes corporaciones. Mala noticia: un mundo de monopolios es un problema para la libertad, incluso para los gigantes empresariales. A menos competencia, menos capacidad de elección y menos aliento innovador. Sociedades cautivas. De la economía parte todo, lo particular y lo global. Determina todo.
Bajando a lo próximo que es nuestro entorno, nuestro país, el problema es que la crisis ha sobrevenido en el peor momento posible, con un gobierno trastornado de ideología, una economía titubeante y una sociedad artificialmente polarizada, lo que incide en una crisis brutal y -lo que es peor- totalmente desconocida. En estos momentos, hoy, ahora mismo, asistimos a una confrontación política ajena al gran problema que nos agrede, y que está siendo únicamente utilizada para conseguir apoyos políticos, sin preocuparse del sufrimiento y las víctimas de la enfermedad en sí. El Hospital Zendal es un ejemplo sangrante de esto, el acoso a la independencia del poder judicial es otro, pero hay muchos más. Las famosas ayudas desplegadas por las autoridades simplemente enmascaran la realidad y alivian los datos negativos, trasladando el derrumbe al futuro; esto lo sabe todo el mundo.
¿Y las personas? Excepto aquéllos que tenían un estupendo patrimonio antes del cierre, quien más quien menos está absolutamente abocado, como poco, a un descenso de calidad de vida. Sueldos bajos y empleos de subsistencia van a acaparar el mercado de trabajo, más aún si la competencia desaparece. Mal asunto.
Somos hijos de la pandemia mal gestionada que va a transformar todo, nunca a mejor. A todos lo que se desesperan buscando trabajo y recibiendo portazos les digo: es normal, cada vez hay menos trabajo ofertado y más gente postulándose y no es fácil volver al mercado que está cerca del colapso. Somos víctimas de eso y lo curioso es que todos seguimos esquemas y estrategias ya obsoletas, porque se hace difícil cambiar la mentalidad inmutable de décadas. Como siempre, las personas normales no tienen apenas responsabilidad pero van a pagar los platos rotos. Algo que no va a cambiar nunca, eso no. Un ejemplo de lo que trato de argumentar: cuando perdí mi trabajo al principio de la crisis, como tantos otros, ni mi pagador ni yo mismo éramos conscientes del cambio vertiginoso que ya se había producido, y que lógicamente iba a traer consecuencias diferentes a las esperadas. Él, hombre de ética profesional discutible pero oportunista y bastante extendida en el gremio, vio la oportunidad y la aprovechó, como tantos otros. Yo, pequeño y acostumbrado a los espacios abiertos, no especializados, de lo laboral, lo tomé con filosofía. Los dos estábamos equivocados. Once meses después me resulta difícil reubicarme por no decir imposible porque no entiendo nada y no puedo seguir el ritmo, si es que existe. Mi pagador sigue en el mercado, pero su decisión, quizá normal en el antiguo escenario laboral, un mal gesto si se quiere, es un golpe miserable y bastante lamentable por injustificado. No le culpo, nadie podía prever esto. 
Y así estamos muchos, un poco desnortados, un poco perplejos ante un nuevo día del que puede que no formemos parte activa, y que no comprendemos cómo se comporta en realidad. Sólo queda resistir esperando un milagro. Puede que mañana salga a la palestra la persona adecuada que nos coloque en la senda correcta porque seguro que existe: sólo tiene que entrar en el círculo de decisiones y gobernar sin ideologías, sin ataduras y sin otro aliento que la gestión exitosa. Mientras tanto toca resistir, nada más y nada menos.
Es duro. Va a ser peor.