Así la vida. Sales de mañana limpio, fresco, casi heroico a enfrentar la jornada con una sonrisa y bajas la escalera con empuje en la fuerza de la vida, desbordado de ella. La brisa alegre te besa al salir a la calle, la gente parece protectora y dulce camino de sus afanes y respeta las sonrisas amables. Huele a limpio. Los zapatos no aprietan y el regusto dulce del desayuno persiste en la boca. Eso a primera hora de los días buenos cuando quién diría que una vez más la tristeza volverá a ganar cuando llegue el crepúsculo, y que todos los esfuerzos de ponerle cerrojo a la grisura acaban en el suelo como papeles viejos. Los rostros tornan cenicientos y sombríos y son los hombres y uno mismo los que golpean como conspiradores incansables para derribar cualquier posibilidad de felicidad, esa puta esquiva que a cada vez se evapora antes.
Así la vida. Pasan los días entre decepciones y quizás alguna esperanza sutil que parece querer imponerse en el barro y grisura en ocasiones tercas. En el fondo todo se iguala por abajo mientras el humo del último cigarrillo asciende en busca de aire fresco, cuando todo se ha perdido.
Las bocinas de las ambulancias nos recuerdan que, por razones nunca explicadas, los años pasan cada vez mas mustios y tristes como triste es la soledad no deseada. Triste como enfermedad y muerte, triste como las intenciones de las almas comunes.
Sin embargo, como un chispazo de decencia confortable muchas veces se puede oler el aroma del pan recién hecho cuando la luz del amanecer, una cosa muy tonta e irrelevante: uno hasta aseguraría que para ciertas personas los días son regalos desbordados de regalos hermosos. Y que pueden estar cerca, ocultando su suerte alrededor.
Cuando era joven pensaba en esto con frecuencia; ahora tengo un gran fardo de recuerdos y paso los días esperando su término evitando el dolor excesivo, evitando que gane el optimismo. Ser un protozoo simplifica mucho las cosas, lo cual es maravilloso de alguna manera.
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