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La necesidad de los vientos ábregos

 



Repasando distraídamente las noticias del día, costumbre personal desarrollada a raíz de la pandemia, acabo entrampado en un peculiar efecto que creo provocado por los medios hoy día: la conversión, a través de la lectura, de tranquilo buscador de la actualidad a indignado estructural el resto del día; porque todos y cada uno de los medios -televisivos, radio, escritos en papel escritos en internet, blogs, redes sociales y demás bombarderos mediáticos- insisten tercamente en guiar al receptor pasivo hacia una suerte de bomba ideológica temporizada, radical en su compromiso e intención dogmática, hacia la conversión que podríamos considerar de agentes sociales activos propagadores de verdades que les han sido inoculadas con suave intención y profunda convicción. Lo creo sinceramente. Me doy cuenta del ardid de trazo grueso (y qué no es así hoy día) pero, consciente o no, desfilo junto a mis camaradas porque cada día leo las noticias destinadas a mi sesgo ideológico, y salgo a repartir cátedra. Todo se convierte en idea cerrada y obstinada, imposible de rectificar por uno mismo, que no tiene los resortes y no maneja el discurso. El propio malestar de la manipulación nos hace aún más efusivos, incluso más eficaces al creernos los depositarios personales del entramado, los creadores. Cada uno es en esencia una partícula adscrita a cualquiera de los bloques que han ido creándose en el tiempo para dominar la escena y, por ende, la sociedad. Sólo dos quedan, cada vez más estrechos y cerrados, ya que se busca el encaje monolítico de las corrientes de pensamiento. Y me produce inquietud no poder ver alguna cosa buena en el oponente, algún destello, y al mismo tiempo me intento convencer de que soy, o quiero ser, una persona de convicciones personales no fiel al cien por cien en grupos sellados, planos y de ciega fe. Bueno.
Leo este titular: "Los vientos ábregos amenazan el Puente de Difuntos" y me maravillo. Porque es precioso, porque es conciso, porque no tiene ninguna connotación ideológica y porque honra la función periodística. Supone un descanso entre las tropelías gubernamentales y las hipocresías de la oposición; no me habla de China, de Cuba, de Trump o de Biden, no tiene que ver con dinero, subvenciones, corruptelas o acusaciones a esto y aquello. Es información plana. Dirás: "es información del tiempo, ¿cómo no va a ser pura descripción?". Mira las noticias y verás golpes de ideología en casi todas ellas, sin razón aparente y sin ninguna lógica, porque es la norma. Horrible, la norma que no descansa nunca en las películas, en las noticias, en la música, en la publicidad en todo lo cotidiano. Por eso estamos activos como agentes operativos de otros intereses que no deberían ser protagonistas de nuestro diario quehacer. Por eso me maravillo de leer esta pequeña noticia y decido buscar, aprender qué son los vientos ábregos en concreto, limpiando mi tiempo de manipulación para saber que nada tienen que ver con Sánchez, Casados, comunistas, socialistas, chinos, únicamente con el tiempo y su descripción de fenómenos, con la vida. Con la vida que a mí me interesa, con las cosas que puedo sentir propias de mi curiosidad.
En La historia de mi gente Edoardo Nesi explica cómo su hundimiento personal se agravaba al engancharse a los noticiarios cuyos contenidos, siempre tratados de forma negativa, violenta o exagerada, incidían brutales como taladros en su insatisfacción y en su autocompasión, dándole respuestas erróneas, globales a lo que en realidad es un simple problema personal, individual. Le daban rabia contra culpables fantasmales.
Por esta simple razón la noticia -sencilla, humilde ante los grandes temas que nos envenenan- me resulta sugerente y maravillosa, capaz de hacer que una persona arraigada en asuntos imposibles de resolver se tome su tiempo en informarse de conceptos quizás banales, quizás absurdos pero que son la esencia del espíritu que sinceramente busca conocer el mundo que le rodea y comprender, por el simple placer curioso, las verdaderas fuentes del crecimiento personal, la cultura real, el desarrollo único de la persona hacia lo universal y la sublimación de los cotidiano, que puede abarcar desde los vientos ábregos o la manera de arreglar un grifo hasta llegar a cocinar por el afán de mejorar nuestra alimentación. Cada uno con la suya, eso es la regla de juego de la vida. Al convertir una información irrelevante y banal en objeto de nuestro interés abandonamos, siquiera un momento nuestra condición de rebaño y nos recordamos a nosotros mismos que además y sobre todo somos seres individuales, únicos, héroes en nuestra historia, forjadores de pensamiento. Personas que eligen prioridades. El hombre común, corriente, sensato pone esos aspectos en primer plano en su vida de forma espontánea, y las otras cuestiones, gigantescas y universales, como mucho le arrancan un suspiro de desaprobación en un instante de debilidad, nada más. Esa es la grieta de dignidad que impide la categorización a bulto. 
La cotidianeidad personal ha de ser única y original a la persona, nunca estanca en el grupo, sirviendo al grupo o engordando cifras para presionar. Vivimos solos en nuestra experiencia y moriremos solos en un momento concreto personal. Los que nos persiguen en aras de sus intereses encuentren la manera de convencernos, no a través de taladros informativos, sino de pruebas verdaderas de que sus fórmulas y actos sean al pensamiento los vientos ábregos de nuestra curiosidad; que nos lleven si pueden al establo que decidamos con cierto albedrío cada uno de nosotros, y no la indignación provocada desde las mansiones del poder. Me gustaría creer que no es imposible. ¿Es una tontería? Piénsalo bien. La necesidad de los vientos ábregos es la expresión diaria de la libertad individual, la frontera personal.
Gracias por leer,