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NUESTRA VOZ


 

Si hay una pregunta no respondida, es esta: ¿quién determina el gesto democrático, las personas o los grupos políticos? Si son las personas, ¿cómo hacen saber su voluntad?. Si son los grupos políticos, ¿en qué partidos o grupo de partidos reside la esencia exacta del concepto?. Uno, que contempla desde abajo el escenario, se debe asombrar del inmenso e inexacto mensaje emitido por los apoltronados gracias a sus votos y sus apoyos, y diríase que el juego (estúpido y vulgar en último término) consiste en seguir descalzos a sus favoritos, sin más ventajas que ver la manera en que crecen las personas objeto de devoción, y que lo mollar lo conforma una suerte de hooliganismo febril sin más trascendencia que la felicidad del elector con la opción que apoya. Y qué peligroso es esto, cuando todo se reduce a una serie barata que ponemos en la pantalla, cuando la vida que nos rige es, sin remedio y frontalmente, una historia ajena y no, como es de rigor, unos hechos que nos conciernen absolutamente: la persona que observamos en la distancia, sea o no nuestra opción, es responsable absoluto de nuestra vida y está ahí para garantizarnos un escenario adecuado para crecer, o conservar o simplemente facilitar el buen tránsito de nuestros afanes. Ni más ni menos.

El gesto democrático lo determinan todas las personas que votan, y cada una de ellas encierra el tesoro de la elección mediante la participación libre y consciente. Cuando se interfiere en la voluntad o se rompe la normalidad del voto libre, el responsable de esa acción está quebrantando la democracia, a la vez que se posiciona en contra de la convivencia objetiva, sincera de colaboración; esto nos suena que se repite demasiadas veces en la esfera política, donde sus actores rompen por sistema la lógica y se lanzan (mediante la cultura de las emociones) a la prostitución degradada de lo que debería ser el cumplimiento del servicio público; y estalla la gran paradoja: el servidor torna servido y el sistema se degrada, perdiendo totalmente, inexorablemente la naturaleza positiva de la convivencia. Justamente en este punto estamos, antesala de otra forma social que nada o poco tiene que ver con las intenciones de justicia, claridad y desarrollo social en la excelencia, siendo todo sustituido por un mensaje tergiversado donde la razón y la voluntad carecen de sentido.

Nuestra voz no es atendida, y la función que nos asignan es, tristemente, la de bultos dirigidos a tales y cuales cuestiones que nos nos conciernen ni realmente forman parte de nuestra cotidianeidad; meros elementos aplaudidores en el mejor de los casos, fríos números sometidos en el peor. Llegará el día en que nuestro voto, nuestra voz no tenga validez de norma sino de triste corroboración de las tesis (cambiantes y retorcidas) de candidatos insolventes para la gestión y, sin embargo, increíblemente efectivos en la propaganda irracional conveniente a sus intereses personales. Ese día seguirán llamando democracia al sistema pero no lo será: será la peor de las tiranías, edificada sobre conceptos absurdos y certezas movibles a gusto del poder.

Ese día, que parece estar llegando, significa que las urnas serán destruidas según se llenen, y los resultados no serán reflejo de la voluntad de las personas.

He terminado y te doy las gracias;