Ir al contenido principal

CUANDO ESCUCHABA BIEN

 


Cuando yo era pequeño, no hace tanto y hace mucho tiempo, mi padre me llevaba de tanto en cuando a ver a familiares en su tierra de infancia, Valencia. Esos rostros ya no los recuerdo, sí lo que me contaban a trozos sueltos después de las comidas o las visitas o lo que fuera.
Aquellas casas y estancias, cansadas, antiguas, olían a historias de la guerra suya y a dolor de la ruptura. Olían a añejo y cerrado, pues. Sus paredes y su aire rezumaban colapso y parálisis de aquéllos años dramáticos y sus incertidumbres y sus violencias; podía sentirse bien la tristeza incurable, incluso en mi padre. Eran lugares detenidos en un momento concreto.
Por eso, cuando oigo lo que oigo de ciertas personas sobre esos hechos y su significado ideológico, me pregunto si hablan de lo mismo que esas paredes y personas maravillosas que lo sufrieron y arrastraron, incluso en su felicidad asombrada por la pérdida, sin poder elegir nada sino vivir de cualquier modo. 
Algo de las leyendas que pretenden tejer para odiar algo tangible tiene la misma crueldad insostenible de las historias que me revelaban, que yo no sufrí y sólo escuché muchos años después en gentes que sabían de lo que hablaban sin necesidad de crearse enemigos ficticios, puesto que los habían sufrido de carne y hueso, reales y salvajes. A veces, ni siquiera eran de sangre, sólo bosquejos cotidianos.
Todo este odio artificial, de laboratorio, indecente nutre a las personas de hoy que no saben y solamente buscan una respuesta equivocada a certezas desdibujadas y troceadas para crear la ilusión del enemigo. Un enemigo que no existe para ninguno de nosotros. 
Yo, por el contrario y para mi satisfacción, me acurruco en el sillón y me contento evocando las viejas historias, las paredes tristes y el aire parado de las estancias que conocieron la verdad; por eso leo libros sinceros sobre aquéllos años, porque me acercan a la comprensión de la verdad frente al artificio que nadie debería creer. Siempre puedes fiarte de las revelaciones hechas tras una comida feliz.
Cómo extraño la honestidad...