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SOBRE LA VEJEZ EFICIENTE

 



La vejez es consecuencia del éxito de vivir y no otra cosa. Los seres vivos aguantan lo más posible como objetivo primordial y, si puede ser, en la mejor condición. Entonces las arrugas que invariablemente se apoderan de nuestro pellejo son gratas medallas al valor frente al tiempo, reflexiones de poder frente al deterioro, grietas de titanes desafiando las horas frente a la adversidad.
Una persona que se funde en pocos años puede ser una excepción y un triunfo también, sobre todo si su vida deja huellas indelebles y perdurables. Pero es un caso entre un millón: el resto de nosotros tenemos la obligación de destrozar el cuerpo que nos ha sido otorgado con años y años de desgaste, preferiblemente fructífero. Saltaremos la inevitable reflexión sobre la estúpida, condescendiente mentalidad actual que trata a los mayores como niños descerebrados en vez de como a personas que probablemente atesoren mejores muescas de brillantez que los tontos de mediana edad destinados a llevar nuestra civilización a una infancia perpetua. Quede consignado este mohín.
Así pues, arrugas y dolencias crónicas son triunfos resplandecientes. Muchas veces, las personas maduras adquieren un aspecto a partir de cierta edad tras el que mantienen la misma pinta durante quizá 20 años o más, con pequeñas modificaciones. Lo he visto y me he fijado. Otros, sin embargo, se desploman de un día para otro y son la negación de su aspecto juvenil. También lo he visto. Hay que fijar las certezas y esto que planteo es una poco estudiada en nuestro tiempo: el respeto a la edad, el sometimiento triunfante sobre el tiempo, de tal guisa que, en mi inútil opinión, cualquier persona que presente estragos de edad en su fachada, y hasta el fin de la misma, debería enorgullecerse de ese pequeño consuelo como una cúspide humana superada y aprobada en detalle efímero. Esto, por supuesto, excluye a esos seres sin sesera que, a fuerza de cheques e ingenuidad, se dedican a tapar grietas de la piel con operaciones grotescas cuyo resultado conocemos todos. Bien, ésos no cuentan más que en las estadísticas para personas siempre sospechosas y a veces patéticas, no aptas para la fecunda aceptación del verdadero ciclo de la vida; sabemos quienes son y no dan buena espina.
Resumiendo, que la vida es un viaje fatigoso que tiene transiciones y son necesarias. Y el ciclo culminante no es cuando estamos llenos de vida y plenitud, sino que comienza en el mismo momento en que, mermadas las capacidades, somos capaces de valorar los buenos años como pisos inferiores del juego. En condiciones normales, la experiencia reflexiva obtiene mejores resultados si va pareja a cierra decrepitud física. Te sientas con dificultad manifiesta y los pensamientos vuelan como aves de sapiencia y resistencia, muy arriba y muy desarrolladas. Entonces la vida adquiere su dimensión y completa el narrativo ideal, que no es otro que prólogo, desarrollo, decadencia y reflexión instructiva, el cual dimensiona todo el resto y capacita al sujeto para aconsejar desde la experiencia real, no fingida ni robada.
Que corra la mente y no la sangre, que los años satinen.
He visto gente sin educación formal con más sabiduría y claridad de buenas ideas que muchos pretenciosos robóticos de menos de 40 años en plenitud laboral: esto lo da la bendita pátina del tiempo, creo yo.
Y si no lo creo, queda dicho.
Y cuando dejes de correr detrás de quimeras, podrás valorar tal vez lo cerca que estuviste del desastre en los años hirvientes de la juventud, y si sucede es que, a fin de cuentas, has vivido lo suficiente como para destruir el mito de la juventud y la belleza sin despeinarte.
En cuyo caso quedas autorizado a mandarme a la mierda por este diálogo sin pulir, fruto de una reflexión superficial al vuelo. Rasante.