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LA GRANDEZA DEL SOLILOQUIO

 





A veces, un simple dibujo rompe los esquemas y nos recuerda que somos únicos en nuestra preciosa individualidad, seres que escapan (porque somos hombres) del esquema masa que quizá aprieta en determinadas épocas, pero no puede quebrar cuán diferentes somos unos de otros, con esas pequeñas chispas mentales que generan pensamientos y actitudes personales e intransferibles que convierten todo en una rabiosa experiencia íntima, de uno mismo y para sí mismo. Existen, sí, los demonios y los traumas, que escarban en nuestra suciedad y pereza, pero no son diferentes de los días lluviosos y como ellos pasan. Al final, está la persona y su pequeño e infinito mundo que resuena en las cavidades de uno mismo como verdades indefinibles, indescifrables y maravillosas. Cada uno en su ovillo crea sus imágenes, ideas, bromas y gestos que jamás serán revelados al exterior del cráneo y, por eso mismo, su valor es incalculable y precioso, como una gema oculta.

Entonces, en esos instantes, no cabe duda de la huella única y de la impronta interminable de vivir cada uno en su propio, inmenso mundo. 

El saludo del hombre a su mundo. La pena es que haya tantos que no pueden vivirlo, por miedo o vergüenza. O por vacío insoportable.