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UNA ORACIÓN

 


Me senté y recé en silencio; los ruidos del hogar parecían nacer lejos. El aire se calmó y el tiempo se detuvo. No recuerdo el tiempo que estuve así absorto en mi plegaria, pero sin duda Dios tuvo que escucharme.

En algún momento de lo siguiente me di cuenta del gesto perfecto que había salvado el día, y la noche se presentó más tarde y más amable que nunca, casi amiga.